Una tarde de Enero, Eduardo salía de su trabajo, afuera el frio era muy fuerte que muy pocas personas había en la calle, el sol empezada a mostrar sus últimos rayos de sol, y todo indicaba que el frio sería más duro, Eduardo llevaba mucha prisa, tenía planeado tomar un autobús, él tenía que hacer un viaje muy importante para él.
El sol de había metido y la temperatura había bajado aún más, la estación de autobuses estaba justo frente a él, solo tenía que pasar un puente peatonal para cruzar una avenida grande, y de esta forma poder entrar en aquel edificio y cubrirse del frío, el caminaba a toda prisa por arriba del puente, ahí el viento se sentía más y el frio traspasaba sus ropas, con él solo llevaba una pequeña maleta con unos cuantas prendas, nada grande, su viaje solo duraría un par de días.
-Joven, me puede ayudar- le dijo una anciana que estaba sentada justo en medio de aquel puente, soportando todas las inclemencias del tiempo.
De inicio Eduardo hiso caso omiso de aquella petición que le había hecho la anciana, pero un par de pasos más adelante se dio cuenta de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor en aquel momento, así que regreso y se puso en cuclillas para poder mirar a los ojos a aquella anciana, cuando se acercó vio que la anciana no tenía un buen aspecto, sus ojos se veían demacrados, sus labios estaba demasiado resecos y sus manos estaban cuarteadas por el frio, la anciana solo llevaba unas cuantas cosas encima, Eduardo se conmovió al ver esta esena.
Sin pensarlo, saco una chamarra de su maleta y cubrió con ella a aquella anciana, le ayudo a levantarse y con paso lento la llevó hasta la cafetería de la central de autobuses, la gente del lugar lo veían y le hacían gestos de desprecio, cuando llegaron a una mesa, los comensales de las mesas vecinas se retiraron, a Eduardo no le importaba todo esto, la gente no es nadie para juzgar los actos de los demás, él le pidió de tomar algo caliente, una sopa para que aquella anciana saciara hambre.
Eduardo se esperó a que la anciana terminara de comer y se llenara, la ayudo a levantarse de la mesa y la llevo a sentarse a una de las salas de espera, para que pudiera esperar a que pasara el frio, Eduardo consulto su reloj y el ultimo autobús estaba por salir, este le estregó unos pesos y se propuso a marcharse, se dio la media vuelta y cuando apenas llevaba un paso aquella anciana le dijo –la amabas más que nadie- Eduardo inmediatamente giró la cabeza y se quedó mudo ante aquel comentario de la anciana.
-¿a qué se refiere señora?- pregunto Eduardo muy desconcertado.
- me refiero a Leticia, en verdad amabas a esa linda mujer-
Eduardo sin saber a ciencia cierta cono la anciana sabia esa información, solo se redujo a callarse y escuchar.
-yo puedo ayudarte, sé a dónde vas y sé muy bien a lo que vas- se lo repetía la anciana, para que confiara en ella.
-¿y usted como me puede ayudar? Pregunto Eduardo.
-por la ayuda que me has dado y por tu caridad, puedo concederte un deseo- le dijo la anciana con voz muy segura.
-ahora resulta que usted concede deseos- Eduardo con una sonrisa en su rostro y voz de sarcasmo respondió
-las reglas son las siguientes para poderte conceder tu deseo y pon mucha atención- le dijo la anciana haciendo caso omiso de lo que Eduardo le había dicho.
En seguida la anciana le empezó a enumerar cada una de las reglas para pedir el deseo:
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Published on e-Stories.org on 11/13/2013.
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