Vicente Gómez Quiles

ESENCIA DEL CORAZÓN

Querida Carmen:
 
Anoche Carlitos me preguntó: - ¿Cuándo volverá mamá? La verdad, no supe que decir. Fue una extraña sensación, como si un escuadrón de hormigas recorriera mi garganta invadiendo el abisal silencio de la culpa, sin permitirme articular palabra. Intento adaptarme pero esta ausencia recrea una neblina demasiado espesa, congelándome en la memoria. El niño en estos dos años ha madurado mucho. Apenas juega, si lo comparo con los de su edad. ¿Sabes? El año pasado, me vio afligido y no se le ocurrió otra cosa que prepararme una hamburguesa mientras exclamaba: - ¡Papá, hoy seremos Campeones del Mundo! Estuvimos viendo la final y cuando marcó Iniesta nos fundimos pletóricos en un abrazo. Muchas veces, se despierta antes de zumbar el despertador, arregla su cama, recoge la ropa del baño apiñándola hasta la lavadora y se toma un tazón de cacao con galletas. Es increíble lo que ha crecido. Si pudieras verlo ahora, cariño. Te darías cuenta de que ha calcado tus ojos, tu boca, tu redondeada barbilla. Este miércoles, me felicitó la profesora por su buen comportamiento y altas calificaciones. Hace amigos con facilidad y se sonroja cuando le curioseo por una niña de su clase. Estoy muy orgulloso de él. Creo que está siendo mi salvavidas en esta rutina diaria.
 
Últimamente, desde que ingresaron a mi madre en el Obispo Polanco a consecuencia de un paro cardíaco, deambulo zombi y ya he cosechado varias broncas del encargado por no estar fino en el trabajo. La realidad es que te echo de menos. No puedo evitar pensar que tu decisión fue una simple aventura. Otra locura más de las tuyas. Siempre me hacías reír. Somos totalmente opuestos. La noche y el día. El fuego y la lluvia. Mi madre siempre comenta que Carlos heredó lo mejor de los dos. Para mí, es la única razón para seguir luchando. Calamocha ha cambiado poco desde que te fuiste a Fez. Todavía no logro borrar esa instantánea incómoda, agitando la mano mientras subías en el coche de Mohamed. Desde tu epístola felicitándonos por Navidad no he vuelto a saber de ti. Sólo sabemos que Carlos en Febrero tendría una hermanita. La semana pasada en el colegio, encargaron a los alumnos una pequeña redacción sobre los padres. - ¿Y de mamá que pongo? También enmudecí dejando la mirada inutilizada. Nunca imaginé que la saliva pudiera tener un gusto tan ácido.
 
Ahora recobro energías; saliendo de esta bruma calamitosa. Por eso, he decidido volver a escribirte. Jamás olvidaré aquellas emociones adquiridas contigo. Los cosquilleos eléctricos revoloteando en el riego sanguíneo cuando te vi por primera vez. La inmensa paz interior que producía el suave roce de tu piel. Nuestras trémulas sonrisas cuando perdimos la virginidad. El fogonazo de excitaciones y química mientras agarrabas la toalla al salir de la ducha. El día que tartamudeé cuando me regalaste ese CD que tanto busqué por Zaragoza. La escapada a Jaca. La promesa de cuidarnos y permanecer siempre juntos como espíritus siameses. El mordisquito que te dejó señal y disimulabas después con cuellos altos. Los destellos del fuego pintando tu silueta desde la cocina.  Los sábados en el sofá donde tú me quitabas el mando para que no viera fútbol. El día que venía nuestro hijo al mundo y con tantos nervios no encontraba las llaves del coche...
 
Reconozco haberme perdido en esta dimensión: espacio-tiempo. Mezclo sueños y materialidad. Confuso, imagino tu llamada interrumpiendo mis rezos. De madrugada alargo el brazo, buscándote, sin recordar que el otro lado de la cama está vacío. ¡Bueno! ¡En fin! Sólo quería decirte: te necesito. Añadir que publicaron los poemas enviados en las otras cartas. Dudé. Acepté porque me hace sentirte más cerca. Adjunto unos versos nuevos, lógicamente inéditos. Hablan de tus ojos. Cuando cierro los míos es cuando consigo ver los tuyos y eso sin ambages me alivia. Espero, - mi corazón -, sepas interpretarlos. Dentro del mío, palpitaron puros, reflejaron los universos de lo etéreo.
 
Cada cual refute por sus pecados
o mendigue los sueños donde quiera;
yo sin disonar más, los precio fuera:
en ojos distantes, ajenos párpados.
¿Quién no soñará porque jamás creyera
que tus negros soles serán nacarados?
¿Quién si pecará porque no te viera
en tus párpados, flecos alocados?
No por no verlos precipitaré
a la bruma soledad del olvido,
que no sentirte tampoco es pecarte;
si pudiendo ser, haberte perdido.
¡Y por tentar, mis ojos quedarán 
luego rastreándote para soñarlos!
 
 
Afectuosamente, mi amor, quién nunca te olvida.
 
 

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Published on e-Stories.org on 06/07/2011.

 
 

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