Al escuchar las voces preocupadas que hablaban acerca del porvenir del
soberano enfermo y del hecho que no existía ningún heredero directo, más que
los sobrinos, hijos de las hermanas de éste, concibió su plan. Él era un
joven brillante con sus quince años, pero no era uno de los sobrinos más
asiduos a la compañía del rey. Se dedicó entonces a la empresa de
convertirse en su heredero.
Se acercó con cuidado al principio, para no evidenciar sus intenciones, por
sobre todo a la vista de sus competidores, los cuales distraídos en los
encantos que les brindaba su juventud y sus privilegios como cortesanos,
preferían malgastar su tiempo en la ejecución de artes inservibles, y a los
amoríos con jovencitas de cualquier índole, siempre dispuestas a los abrazos
de los más encumbrados prospectos del reino.
Poco a poco fue acostumbrando su rostro a las rutinas del soberano. Recorrió
diligente los largos pasillos prestando condescendencia a las dislocadas
ocurrencias, a los disparates de aquella mente ennegrecida. También, no
pocas veces, se prestó con su voz y su escucha a las encarnizadas charlas
con el rey, que enunciaba, de manera creciente, con cada conversación, su
oscuridad.
A tal comienzo, le siguieron las concurrencias a diversas reuniones de
cacería de insectos, arañas principalmente, en los aposentos del soberano; o
sapos, algunas veces, el los jardines del palacio. También aceptó
rigurosamente las invitaciones a almuerzos nocturnos, o fiestas a perdidas
horas de la madrugada en las que el rey se disfrazaba de dragones o demonios
y danzaba mientras él hacía música con su violín.
Ya en los últimos meses de la vida del viejo, el joven se estableció en el
cuarto contiguo al del rey, a pedido del mismo soberano, quien pedía a cada
momento por su sobrino, del cual ya no quería separarse.
Comprendieron sus parientes, que al principio nada más se habían burlado, el
significado del accionar del joven, cuando la relación entre éste y el rey
se volvió no sólo cercana sino inquebrantable. El rey a estas alturas se
mostraba incondicional hacia el que tantas jornadas le había dedicado.
Declaró en tales circunstancias palabras exuberantes, dignas de su mente
empobrecida. Dijo entre otras cosas, que aquel chico había se vuelto para él
en alguien mucho más importante que cualquier otro, que incluso era más
arduo el afecto que hacia él sostenía que el profesado hacia el mismísimo
Creador.
Manifestó entonces el joven su condición de principal heredero. Defendió su
postulación alegando que el afecto del rey, aún en el caso de existir una
línea de sucesión directa, era suficiente razón para que un aspirante al
trono sea ante puesto a otros. Además dijo, que las palabras de aquel
hombre, que había gobernado con sabiduría para el bien de su gente, siempre
debían ser dignas de acatarse. Con tal argumento, para desazón de sus
competidores, reunió tras su causa a la mayor parte de sus conciudadanos,
los cuales pregonaban un profundo afecto hacia su rey, mucho más ahora que
se había vuelto loco y estaba muriendo. Se cumplirá la voluntad del rey,
murmuraron casi todos y, por lo tanto, la voz del rey se acataría.
El acontecer se conjugó a la perfección con su plan. El rey lo apreciaba con
la afectuosidad propia de un padre, y con la exuberancia de sus gritos de
enloquecido.
Sin embargo, el ambicioso muchacho, no debió confiar su persona al anciano.
No debió enredarse al demente, ya que, la voluntad de éste cuando comprendió
que su vida llegaba a su fin, no fue la de nombrarlo su heredero.
Como bien había alegado en su argumento para postularse, debía acatarse la
voluntad del soberano. Todos, y más que nadie sus detractores, así lo
dispusieron, cuando el rey ordenó que tras su muerte, el joven sea enterrado
en su misma tumba para que así lo acompañase para siempre.
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Published on e-Stories.org on 09/27/2010.
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