José Manuel Domínguez

UNA INMENSA FORTUNA


            Lo conocí cuando éramos unos niños, poco antes de que la pobreza le hiciese abandonar la escuela.
            Inteligente, dotado de una extraordinaria capacidad de trabajo y una curiosidad insaciable, poco le valieron a aquel niño dichos talentos contra la necedad de la desgracia. Ya sin padre, la muerte de su madre a causa de una penosa enfermedad sólo le dejo el aire que respiraba como herencia. Bueno, también la miseria y la desdicha.
 
 
            Años después me topé de nuevo con él al pasar por delante de una obra: Avejentado y curtido, transportaba un saco de cemento a la espalda y escondía la mirada en la acera. No reparó en mí, y en un primer momento pensé en saludarlo, pero yo era ya un prometedor abogado y pensé que al darme a conocer hundiría más el dedo en la dolorosa llaga que seguramente sería su vida. Acabábamos de entrar en la treintena y a mi antiguo compañero sin duda le quedaría mucho peso que transportar en sus espaldas.
 
 
            Ahora llevaba ya diez años trabajando para él, en su imperio, y me consideraba también su único amigo. Nadie supo nunca como aquel niño pobre, aquel peón de albañil ignorante, pudo amasar semejante poder y fortuna en tan poco tiempo.
            Pese a lo cual, solitario y sin familia, vivía en la absoluta estrechez.. Ermitaño del trabajo, vestía como un vagabundo, se alimentaba frugalmente, y hasta dormitaba en un camastro anejo al despacho. Ese era su hogar.
            Quizá tanta avaricia fuese el resultado de la miseria que arrastro desde niño, de las frustraciones que se depositan en el alma  hasta petrificarla por completo; del dolor y la necesidad, de la vida transformada en un castigo que cala en lo más profundo de los huesos y espanta la felicidad del cerebro.
 
 
            Un día me citó en su despacho y me recibió con una gravedad inusual, incluso para un hombre tan circunspecto e incapaz de desprenderse de una sonrisa. Tras informarme del trabajo de sus contables me señaló la cifra que aparecía al final del grueso informe que manejaba.
 
 
            - Es el resultante de mi fortuna personal: depósitos, propiedades, acciones, bonos etc...,  y el valor estimado de mis empresas.
 
 
            La cifra era desorbitada y tardé varios minutos en darle formato en mi mente y ubicar los puntos de separación entre números para poder traducirla y darle significado.
 
 
            - ¿Qué te parece? –Me preguntó. Pero mi boca se abría a la par con mis ojos y me quedé atónito y en silencio mirándola.
 
 
            - Creo que es una cifra adecuada. –Me informó pausadamente, asintiendo con la cabeza, y comenzó a relatarme una extraña historia.
 
 
            Se trataba del secreto de su inmensa fortuna, de la fortuna que se le había negado por herencia y destino y parece ser que tanto había anhelado desde que dejó prematuramente de ser niño.
            Al principio pensé que bromeaba, pero sería la primera vez en todos esos años tan serios, y su rostro acartonado y solemne y su mirada amarga y profunda me indicaron que no se trataba de ninguna broma, amén de que tan poco propenso era a ellas que sería la primera vez en todos aquellos años que se permitiría tal ligereza. Muchas veces había oído esa historia. Era una leyenda que se corría en el mundillo económico y financiero, y que sin duda fue inventada debido a su fabuloso olfato hacia los negocios.  Pero solo era eso, una leyenda quizá fruto de la envidia a la que jamás le di el menor crédito y tampoco lo haría esta vez. Quizá a mi amigo le faltase un tornillo... ¡no!. Conocía demasiado bien el lúcido funcionamiento de su cabeza, pero decidí seguirle la corriente.
           
 
 
- ... y así fue como, harto de tanta necesidad, vendí mi alma al diablo a cambio de la riqueza. –Finalizó su relato, al que siguió un largo silencio.
 
 
           
            -Está bien –asentí irónicamente por fin-. Te creo. Esto quiere decir que en el otro mundo sólo te espera el infierno –él lo confirmó con la cabeza-. Eso es lo que quiero decir. Una vez vendida el alma, al menos disfruta de lo que te quede de vida aquí. Puedes hacer de los años que te quedan, que sin duda serán muchos, un auténtico paraíso. Todavía eres joven y sin embargo mira a tu alrededor: En este despacho transcurre toda tu vida. Hasta comes y duermes en él. No necesitas trabajar como un esclavo y vivir como un miserable. Eres inmensamente rico, podrías disfrutar de palacios, viajes, coches, joyas, hermosas mujeres... y sin embargo vives como un amargado. No recuerdo nunca ni un solo capricho de cincuenta centavos que te hayas permitido...
 
 
            - Por eso te he llamado –me interrumpió-. Quiero que vendas todas mis empresas y realices todas mis participaciones, propiedades y valores. Lo quiero todo en metálico. –Añadió sonriente.
 
 
            Fue entonces cuando lo entendí todo. Era la primera vez que lo había visto sonreír y hasta me carcajeé interiormente de la broma que me había gastado sobre su alma. Sí... Había llegado el final: El momento de disfrutar de su inmensa fortuna.
 
 
            - Has llegado al final de tu camino, amigo mío –le dije mientras me dedicaba a pasear por la habitación reflexionando en alto-. El justo momento para retirarte y ser feliz. De disfrutar de esa felicidad que solamente puede dar el dinero fruto de un patrimonio tan extraordinario y que desconocemos los demás en tal grado.
 
 
            - Sí. Ha llegado el momento de olvidarme de todas estas preocupaciones y de aprovechar el dinero para ser feliz. –Me confirmó con alegría.
 
 
            - Además de multimillonario todavía eres joven –continué con mi paseo y cavilaciones en voz alta-, el mundo se te abre por completo... Sí..., mujeres, palacios..., todo tipo de caprichos... ahhhh.... –Continué imaginando todo aquello con sana envidia, imaginando como sería el futuro mundo de un Dios del dinero- Pero dime... ¿Por qué necesitas tanto dinero en metálico? ¿Vas a comprarte un país entero para retirarte?
 
 
            - No –negó con la cabeza-. Necesito el dinero para recomprar mi alma al diablo.             

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Published on e-Stories.org on 12/20/2007.

 
 

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