Jona Umaes

La comunidad

          En una comunidad de propietarios suelen surgir todo tipo de asuntos, y es que el hecho de ponerse de acuerdo un grupo de personas no es cosa fina. Además, hay ciertos “papeles” que son fijos: tenemos al negacionista, que siempre tiene el “no” en la boca, al que le sigue su cómplice y amigo estrecho, que nunca se moja, pero que reafirma lo que opine su vecino, sin contemplaciones (aunque hablo en masculino, trátese como genérico/inclusivo). Está también el que nunca acude a las reuniones y apenas se relaciona con los vecinos, esto es, el “rarito”, aunque también puede haber varios, dependiendo del número de pulsadores en el portero. No nos olvidemos del sabelotodo, del colérico, del diplomático… y un largo etcétera, porque todos somos distintos y hay de todo en la viña del señor.

          En una ocasión, un grupo de vecinos quiso reunirse. Era una comunidad pequeña, no llegaban a la decena. Tenían contratado a un administrador desde hacía años. Antes no era así, pero debido a que algunos no pagaban la cuota, el presidente de turno decidió ahorrarse las discusiones y pensó que sería buena idea que otra persona se encargará de ese asunto y otros que surgieran. Fue una decisión acertada. Los morosos no solo no pagaban, sino que el asunto se alargó en el tiempo y se convirtió en una costumbre. No cuadraba que no tuvieran dinero cuando poseían un SUV modelo americano, algo parecido a un tanque y que sabe Dios cuánto les había costado. El administrador se puso manos a la obra para llevarlos a juicio y obligar a que pagaran todo lo que debían. Por supuesto, aquello no fue cosa de días. Se alargó en el tiempo meses y meses.

           Al fin, se consiguió solucionar el asunto y la paz se hizo entre los vecinos. Los morosos terminaron mudándose y todos contentos. Resuelto el problema, pasó el tiempo y alguien planteó que se prescindiera de los servicios del administrador. Entre tan pocos vecinos y la cuota minúscula a pagar, la nómina de aquel gestor se llevaba la mayor parte del dinero. No tenían sentido ya sus servicios.

—Bien, tenemos que hacer una reunión para hablar del tema del administrador —dijo, Carlos, el presidente, en el chat de la comunidad.

—Sí, la única forma de ahorrar es darle de baja —saltó uno.

—Yo no estoy de acuerdo. Ese hombre ha hecho mucho por nosotros y creo que es mejor que continúe. ¿Quién se va a hacer cargo de la burocracia si lo quitamos? —dijo una vecina.

—Yo misma —dijo otra. Tengo experiencia en esas cosas. No me supondría tiempo, aquí apenas se producen incidencias.

—No. Él es abogado y sabe tratar los asuntos mejor que nadie.

—Que sea abogado no tiene que ver —dijo Carlos. Estos dos últimos años ha estado cobrando sin hacer prácticamente nada. Se está llevando los dineros por solo mandar la correspondencia y encima nos cobra una barbaridad por eso.

—¡No, no y no! Además, ahora está prohibido reunirse por el tema de COVID. Sería ilegal.

—¿Eso, quién te lo ha dicho?, ¿el administrador? —dijo uno de los vecinos.

—No nos podemos reunir y punto.

—Pero la comunidad no puede pararse por el COVID. Hay que arreglar las cosas que surjan, y este tema es una de ellas. Somos cuatro gatos. Subimos a la azotea con la distancia de seguridad, como siempre, y listo.

—Tiene razón, esta reunión es necesaria. El fondo del bloque está vacío a causa de pagarle a ese hombre.

—Aunque nos reunamos y firmemos el administrador no lo va a aceptar. Es ilegal. Ya os lo he dicho.

—¡El administrador no es nadie para decir lo que es válido o no! ¡Nosotros le pagamos y decidimos cuándo prescindir de él! —saltó uno, airado.

—Pues yo no pienso asistir a la reunión. Además, solo pueden reunirse los verdaderos propietarios de las viviendas y yo sé quiénes son en realidad.

—¿Y tú, cómo sabes eso?

—Me he informado.

—No está bien espiar a los vecinos —dejó caer Carlos.

—¡Y tú, presidente, lo eres de forma ilegal, porque no eres el verdadero propietario de tu casa! Tu nombramiento no fue válido.

—¡No me digas! ¿Y por qué no dijiste nada entonces?

—No lo sabía. Pero ahora sí.

—Pues ya sabes más que yo.

—¡Mira, a mí nadie me chulea, y menos un presidente de pacotilla como tú!

—¡Sin faltar, por favor! No perdamos las formas. Creo que conozco quién es el verdadero propietario de mi propia casa. No deberías hablar sin saber.

—Y hablo en general, no solo de ti. Únicamente pueden reunirse y firmar quienes consten en escritura.

—¡Madre de Dios hermoso! —dijo otro— ¡Esta mujer no está bien! ¿Cómo puede decir esas barbaridades?

—No digo barbaridades. He hablado con el administrador y estoy bien informada.

—Ya veo que el administrador y tú hacéis buenas migas —dijo Carlos—, pero dudo que ese señor te haya proporcionado esa información, aparte de ser errónea, al menos en mi caso.

—Como lleváis tiempo queriendo quitarlo, he hablado con él. Me ha propuesto de cobrarnos menos mientras dure esta situación.

—¡Vaya!, ¡qué considerado de su parte! Parece que le gusta su sillón y no quiere dejarnos desvalidos. Es como si estuviésemos tratando con una empresa de telefonía. Hasta que no dices que te quieres ir, no te hacen la oferta. Y todo el tiempo que te quedas callado, te sangran vivo.

—¡Menudo cabrón! —dijo otro—. Que no nos tiemble el pulso. ¡Lo quitamos de en medio, ya!

—Estoy de acuerdo.

—¡Y yo!

—¡Yo no! Me parece que se preocupa por nosotros, y nos quiere facilitar las cosas.

—¡Se te ve el plumero!

—"Carmen salió del grupo"

—Vaya, no le ha sentado bien la broma.

—Os habéis pasado tres pueblos con ella —dijo Carlos.

—Mira quién habló, ja, ja, ja.

 

          Tras el altercado con la vecina, siguieron hablando y finalmente acordaron que el presidente redactara un documento para decidir lo del administrador. Se pasaría puerta por puerta a recaudar las firmas de quien estuviera de acuerdo y así evitaban también el problema de la ilegalidad de la reunión.

          Carlos visitó a cada vecino y mostró el documento para que lo leyese y estampara su firma si estaba de acuerdo. Llegó el turno de la vecina de arriba. No Carmen, sino otra que llevaba poco tiempo viviendo allí. La que se ofreció a llevar el papeleo de la comunidad. Tocó la puerta y le recibió la mujer. Estaba despeinada y terminando de abrocharse la bata.

—¿Perdone, la he despertado?

—No, ya iba a levantarme. No se preocupe.

—Vengo a por lo del administrador. Lea un momento el documento y firme si está conforme.

—¡Qué frío hace! Pase, pase.

—Sí, es que está abierta la ventana de la escalera y hay corriente —Una vez dentro, ella se hizo la coleta para estar más presentable. Al alzar los brazos se deshizo el nudo de la bata y quedó el escote parcialmente abierto. Carlos, instintivamente, bajó la mirada con discreción al ver unas curvas asomándose. Ella se dio cuenta y miró dónde tenía él posada la vista. Luego levantó la mirada con sonrisa sospechosa.

—No me importaría tropezarme sobre usted —disparó él, sin pensarlo.

—Pues tropiécese...

 

          Carlos, tras el incidente con la vecina, de la que consiguió una nueva firma, subió otra planta más y tocó en la puerta de Carmen.

—Buenos días.

—Buenos días.

—Como te saliste del grupo de chat, te pongo al día. Quedamos en firmar individualmente la decisión de quitar al administrador. Este es el documento. Léelo.

—No hace falta, ya sabe mi respuesta. ¿Se acaba de levantar? ¡Vaya pelos que lleva!

—No, no, es que hay corriente en el portal y me habrá despeinado —dijo Carlos apurado—. Bueno, me tenía que pasar de todas formas para que estuviera al tanto y supiera que esto sigue adelante.

—Eso no irá a ningún lado. Así no se hacen las cosas.

—¿No estarás liada con el administrador?, ¿verdad?

—¡Eso no es de su incumbencia! ¿Qué pregunta es esa?

—Disculpa. Es que lo defiendes tanto que, cualquiera diría.

—Entre usted y yo…—Carmen hizo un gesto para que se acercara y le susurró al oído: “no está bien acostarse con las vecinas. Y ahora, ¡váyase a la mierda!”

 

 

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Published on e-Stories.org on 01/18/2022.

 
 

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