Álvaro Luengo

CRUCE DE CABLES


Nixon Heriberto Guanaco Chamorro, natural de Ecuador y residente en Usera (Madrid), estaba muy feliz por haber conseguido un trabajo en construcción después de haber pasado más de un año en el paro, y poder evitar el desahucio con el que estaba amenazado por impagos en su hipoteca.

-¡Mañana mismo iré con el contrato al banco para renegociar el pago de la deuda!- se decía –Lo haré tal como me dijo el abogado… ¡Dios aprieta pero no ahoga!

Nixon era chaparro y de constitución fuerte, y andaba con una ligera cojera en la pierna derecha producto de un antiguo accidente de trabajo que le había dejado una pequeña discapacidad como secuela.

-¡Oye, Reina, que me han dado el puesto, que ya lo he firmado!- vociferaba por el móvil mientras iba calle abajo –Que ahora ya puedes dejar el trabajo del domingo por la tarde… ¡Díselo corriendo a la señora, que el próximo domingo ya no vas!

José Luis Cerdás de las Charcas, médico de familia domiciliado en el barrio de Sanchinarro, se mostraba exultante de alegría en la puerta del juzgado  porque le acababan de otorgar la custodia compartida de su hija Jessica, de 9 años, después de que su ex le dejara tirado de la noche a la mañana, llevándosela con ella al domicilio de su nuevo y adinerado amor.

Él siempre había sido un buen padre y estaba dispuesto a demostrar que podía hacerse cargo perfectamente de la niña aún sin la colaboración de la pécora de su madre, vaya que sí.

-¡Si es que era de justicia que me la dieran compartida! ¡Si ella está mejor conmigo que con su madre!- repetía como un loro –¡Si me prefiere a mí, que me lo ha dicho muchas veces, pero es muy pequeña para declarar! Si vierais lo triste que se pone cuando se tiene que volver con ella…

-Nos alegramos muchísimo, José- le felicitaba su reducido grupo de acompañantes –Todos sabemos cuánto quieres a Jessy, y ya sería demasiado que te la quitaran después de lo que te han hecho… ¡Dios aprieta pero no ahoga!

-Pues a mí me ha tenido ahogadito una buena temporada.

Unos metros más allá su ex se despachaba bien a gusto:

-¡Pero cómo se va a hacer cargo de la niña ese majadero! Si no lo ha hecho nunca en su vida y ahora se las viene dando de padre amantísimo… ¡Lo hace por hacerme daño y nada más!... ¡Un sinvergüenza, eso es lo que es!... Que llegaba a las 8 de la mañana a casa apestando a whisky y aún me decía que venía de guardia... ¡Querer separar a una madre de su hija, será cabrón!

Mari Feli Hortalizas Gaínzo era una mujer de mediana edad que vivía con su familia en San Sebastián de los Reyes, y se mostraba muy orgullosa de haber conseguido superar los años de crisis conservando su puesto de administrativa en el Banco de Calasparras, sin que a sus tres hijos, ni a su marido, que también conservaba su empleo como encargado en un taller de coches, les hubiera faltado de nada.

-Nuestra madre se quita el pan de la boca para dárnoslo a nosotros si hace falta- proclamaban sus tres hijos por doquier.

Ya sabéis que los niños van diciendo las cosas que oyen en casa.

-¡Qué asco!... ¿Y os lo da chupado?- preguntaban sus amigos del cole, que no entendían a cuento de qué venía aquel anuncio y se lo tomaban a cachondeo.

-¿Y si la pedís que os haga un sándwich os lo chupa también?

-Oye, no te pases, ¿eh?- contestaba Javier, el mayor de los tres, que se estaba mosqueando –Que estás hablando de mi madre.

-¿Y la sopa?... ¿También os chupa la sopa?

-Sí que lo hace, sí, que así crecemos más fuertes... ¿Tú quieres que te pegue una hostia para que veas lo fuerte que estoy?... ¿Eeeh?... ¿Quieres que te la dé ahora mismo?

Pero como Dios aprieta pero no ahoga, la sangre nunca llegaba al río.

David Horcajo Mora, del barrio del Pan Bendito, apodado el Jamonero por su destreza en el manejo del cuchillo (el bardeo, le llamaban ellos), se despertó ya bien entrada la mañana, y sonrió recordando los dos exitosos alunizajes que había llevado a cabo con sus colegas la noche anterior. 

-¡Una joyería y una tienda de informática!... ¡No ha estado nada mal!- le comentaba a su colega “el Tocho” un par de horas más tarde, mientras tomaban unos botellines –Yo creo que ahora es el momento de hacernos con la fusca que vende el albanés, y con la recortada que tenemos, y hacer algo grande. Que tú y yo no hemos nacido para mediocres, ¿eh que sí, Tocho?… ¿Estás conmigo?... ¿Quieres que nos hagamos una sonada?

-¿Pero qué dices, Jamones?- el Tocho, como buen colega suyo, se permitía llamarle así- ¿Una sonada como qué?... ¿Le vaciamos la tienda de bugas al de los Audis?

-¿Bugas?... ¡Amos no jodas, Tocho!... Eso déjaselo a los niños…  Te hablo de hacer algo grande de verdad… ¡Un vuelco a un banco!... ¿Qué te parece?... ¿Te lo haces conmigo o te achantas?... Tienes que decírmelo pronto porque te necesito a ti o a alguien como tú, ya.

-¡Joder, Jamones! Contigo hasta la muerte, que tú lo sabes. Pero que no venga el Tino, ¿eh? ¡Que es que ese chaval no tiene dos dedos de frente y nos mete cualquier día en un marrón!... Pierde los nervios y habla más de la cuenta, que a mí me llamó Tocho dos veces mientras nos hacíamos la tienda, y deja huellas por todos lados. Yo no trabajo más con él.

Su colega aprobó con un gesto.

-¿Y qué banco sería?- continuó el Tocho -¿Lo has pensado ya?

-Aún no lo sé, pero de momento la palabra banco la vamos a sustituir por local, si no te parece mal, que no quiero que nadie nos pueda oír a ti y a mí hablando de bancos, ¿de acuerdo?... Que muchas veces los grandes proyectos fallan por los pequeños detalles.

-¡Qué bien hablas, colega!- esta vez fue al Tocho al que le tocó asentir -¡Cómo se nota que te han educao!

-Sí, currando tras la barra del bar de mi tío desde los diez años, no te jode, que ese era el colegio al que yo iba. Y allí he aprendido muchas cosas, no te vayas a creer. Y una de ellas es que las cosas hay que hacerlas bien, porque si las haces mal te pueden salir muy caras, así que al loro con lo que te digo y no lo olvides.

El Tocho asentía mientras escuchaba atentamente sus palabras.

-Estoy buscando un local con espacio libre delante- continuó -Para que alguien que lleve un móvil guapo, con su cámara y su zoom, y pudiendo ver bien todo lo que pasa fuera, nos pueda dar el agua si es que los guardias se presentaran antes de tiempo y salir cagando leches de allí.

Y el Tocho seguía asintiendo.

-¡Se me ocurre uno!- exclamó.

Y es que hay otras veces en la que Dios ni aprieta ni ahoga, sino que pasa sencillamente del tema y está a otras cosas. Y santas pascuas.

Y mientras tanto, Fulgencio García Pofenas, maestro jubilado y residente en Madrid, le ponía al mal tiempo buena cara tras el plantón que le estaban dando aquella mañana los albañiles que habían quedado en ir a arreglar la cornisa de la esquina de su casa, que les había dicho que estaba agrietada y con síntomas de desprendimiento.

-¿Te vas a pasar todo el día ahí pasmado en el balcón sin hacer nada?- le recriminaba Avelina, su mujer –Tú ya has hecho lo que tenías que hacer, ¿no? Que se lo has dicho a los bomberos y a los del ayuntamiento. ¡Pues ahí que se arreglen entre ellos! Y si le cae a alguien encima pues de ellos será la culpa, ¿no? ¡Digo yo! ¿O es que quieren que la arregles tú?

-¡Si no es eso, mujer, que no es eso!... Ya sé que yo he hecho lo que hay que hacer y ya no puedo hacer más. Mañana volveré a llamar si es que no vienen a lo largo del día y ya está… Estaba pensando que con el día tan bonito que hace me gustaría hacer unas fotos del parque desde aquí… ¿Tú sabes dónde está mi máquina de retratar? Hace tiempo que no la veo.

-¿Máquina de retratar has dicho?... –y se echó a reír -Por Dios, Fulgencio, qué antiguo eres! Hoy en día ya nadie las llama máquinas de retratar… Son cámaras de fotos, y los jóvenes dicen sólo cámara.

-¡Qué cantidad de sandeces tengo que oír al cabo del día! Yo he hecho muchos retratos con ella y es mía, así que es mi máquina de retratar y eso no tiene vuelta de hoja. Lo mires como lo mires.

-¡Ja, ja!... Pues yo te digo que si ahora vas a cualquier sitio y les pides que te hagan un retrato, ya verás cómo te sacan un lienzo y unos pinceles… ¡Ja, ja!... ¡Tú sigue haciendo el ridículo por ahí y verás que pronto te ganas la fama de ser un viejo chocho!

-Pues si es lo que soy, mujer, si es lo que soy. ¿Para qué andar con tanto disimulo?... Anda, guapetona- probó a cambiar de táctica -Tú sabes dónde está mi maquinita, ¿verdad?

-¡Y tanto que lo sé, zalamero!- se dulcificó Avelina, que le encantaba discutir por deporte con su marido, pero casi siempre lo hacía sin maldad –Tu cámara la dejaste hace muchísimo tiempo en el cajón de abajo del aparador, muy enfadado porque ya habías terminado el carrete y no encontrabas dónde te lo revelaran, que ya era todo digital. Y ahí seguirá estando, digo yo. Con su carrete terminado, supongo.

-¡Gracias, mil gracias! ¿Qué sería de mí sin mi cochinita del alma?... Oye, Avelina, ¿a que es una suerte  vivir en Madrid y tener un parque enfrente?, ¿no lo piensas tú a veces?

-Cállate, Fulgencio, que ya sabes que cuando te pones ordinario no me gustas nada.

-¡Pero mujer, si te llamo cochinita mía en tu honor!... Porque nunca olvidaré lo ardiente y pasional que eras cuando te conocí recién cumplidos los dieciocho… Vamos, que no me pude separar de ti desde ese momento, y aquí sigo, y siempre serás mi cochinita. Y te repito que lo digo como alabanza,  porque no habrá nunca otra como tú… ¡Cómo me ponías!...

-Ay, no sé, Fulgencio, no sé… Quizás tengas algo de razón- admitió ella, sonrojándose –Pero es que esa expresión tiene algo que no me acaba de sonar bien. Me violenta mucho que me llames así.

-¿Preferirías que se lo llamara a otra?... Je, je, je... ¿A qué no?... Porque tú sabes que el título es tuyo y no lo quieres compartir porque sientes que tiene su valor. Pero si tú me lo pides, te lo retiraré. Ahora bien… ¿En qué mujer pienso yo a partir de ahora cuando me quede ensimismado, que eso a los hombres nos pasa alguna vez?... ¿Tienes alguna sugerencia que hacer?

-¡Anda, Fulgencio, déjalo ya que te pones muy tonto!... Que ya te he dicho antes que cuando te pones ordinario no me gustas nada… No te encuentro la gracia… Vete a jugar un rato con la máquina de tus retratos y déjame a mí en paz que haga mis cosas.

Y como hay otras veces en las que Dios aprieta pero no ahoga, resultó que de las 24 fotos del carrete del utensilio de Fulgencio aún quedaban dos por hacer.

Conclusión hasta el momento: que Dios aprieta, ahoga o pasa de todo según tenga el día, así que hay que andarse con ojo.

Aquella mañana Nixon Heriberto se puso una camisa, pantalón largo y sus gastados mocasines marrones a pesar del intenso calor del verano -acuérdate de ir presentable, le había insistido el abogado- y echó a un lado la camiseta roja de tirantes, las bermudas ramplonas, y las descoloridas chanclas que constituían su atuendo habitual.

-¡Tienen que pararlo!- pensaba mientras se dirigía andando hacia la sucursal del banco –Ahora tendré dinero para pagarles y no hay razón para seguir con ello. Es un contrato indefinido, de los que ya no dan en la construcción, así que… ¿Qué más garantía pueden pedir?... No me pueden hacer eso a mí, no va a pasar…

-Y Reina y yo podremos pasar al menos los domingos juntos- continuaba elucubrando el bueno de él-Y quién sabe si con algún chamaquito dentro de algún tiempo… ¡Si la racha sigue así!... Así mi niña sería feliz.

-¿Puedo bajar a jugar con mis amigas al parque?- insistía Jessica mientras tanto -¡Jo, papá! Estamos de vacaciones y a todas mis amigas las dejan bajar… Que nos vamos mañana a la playa y me tengo que despedir de ellas… Me puedes ver desde aquí, o bájate al parque conmigo si quieres, que les caes muy bien a mis amigas… ¡Anda, papá!... Que no hacemos nada malo ni hablamos con los mayores que no conocemos… ¡Déjame bajar!

-¿Está Cris con vosotras?- José Luis disfrutaba de su primer día de vacaciones y le daba una pereza tremenda tener que dejar de leer el As, ahí tirado en su sofá, y bajar tan pronto al parque. Su amiga Cris ya tenía 13 años y era la mayor del grupo. Era sensata, responsable y le profesaba un gran cariño a Jessy… ¡Cris era la solución! –Mmmh... No la veo por ahí abajo.

-Sí que está, papá. Es la de la camiseta verde que está mirando cómo se columpia Ainhara.

-¡Es verdad!- se asomó a la ventana -Pues baja en una carrera y dile que se acerque aquí contigo un momento, que le voy a decir que si me promete estar al tanto de ti, te dejo que bajes sin que te alejes más de lo que yo pueda ver desde aquí. Hasta los columpios y ni un metro más allá. Y yo bajo un poco más tarde y os invito a un helado a cada una.

-¡Gracias, papá! ¡Eres el mejor papá del mundo!

-No hace falta que subáis, ¿eh?- era un primer piso -que revolucionáis mucho. Me lo decís desde la calle y vale. ¡Y ten cuidado al cruzar! Siempre por el paso cebra y mirando a los dos lados antes…

-¡Caray con las obritas de Madrid!- pensó José Luis una vez apalabrado el acuerdo con las niñas -Apenas me he podido entender con ellas por el maldito estruendo que están montando ese par de gilipollas con sus martillos neumáticos ahí enfrente... ¿Qué cojones estarán haciendo ahora, si ya levantaron el suelo hace 6 meses? ¡Menos mal que nos vamos mañana a Alicante! Que se jodan ellos quedándose aquí a currar con el calor…

Mari Feli iba muy nerviosa aquella mañana en el autobús que la llevaba a su trabajo porque se temía que se le estaba presentando otro de esos espantosos cólicos biliares que cada vez la vapuleaban con mayor intensidad y frecuencia.

-¿Y qué hago si se me presenta en pleno trabajo?... ¡Ay Dios mío!... ¡Si ya me he tomado dos Buscapinas y esto no se pasa!
Ella estaba optando a un plus de Buena Actitud que el banco proporcionaba a todos los empleados que hubieran trabajado durante el último año sin haber faltado un solo día. Y a ella le quedaban solamente 12 días para conseguirlo. Si no hubiera sido así ella se habría quedado en su casa aquella mañana ante los síntomas de lo que se le venía encima.

-Si voy al banco y me tengo que ir a media mañana es posible que don Rogelio no lo considere como una ausencia, porque yo he ido y he estado allí... Pero si me quedo en casa es seguro que pierdo el plus…

-¡Tienes que operarte, Mari Feli!- le había dicho con buen tino el doctor Cerdás, su médico de familia –Porque tu vesícula cada vez se va pareciendo más a una bolsa llena de canicas, que ya lo has visto en la ecografía. No queda otra que quitarla de ahí, y cuanto antes, mejor.

-¿Está seguro, doctor? ¿Y no podemos esperar hasta septiembre?... Si lo hago antes perdería un plus que me da mi empresa por estar un año sin faltar…

El médico se la quedó mirando pensativo y tragó con la propuesta.

-Mmmh… Está bien- dijo -Pero hasta el 15 de septiembre y ni un día más, ¿eh, Mari Feli? Que con la salud no se juega. Además, reúnes las 4 efes de la medicina anglosajona, con lo que eres la candidata ideal para formar cálculos y el pronóstico es que la cosa vaya a peor.

-¿Las 4 efes?... ¿A qué 4 efes se refiere, doctor?

-Pues F de Female (mujer), de Fertility (que tú has tenido tres hijos), de Forty (estás metida de lleno en los 40) y de Fat (gordita, porque algún kilo tienes de más), así que ya lo sabes. Las 4 efes de los anglosajones.

-¡Ay, pero cuántas cosas sabe usted, doctor Cerdas!

-Cerdás, Cerdás- le corrigió el médico –Como en los cepillos de dientes pero con tilde, que ya no es lo mismo. ¿No ves que siempre llevo un cepillo de dientes en el bolsillo de mi bata con mi bolígrafo y mi linterna? Es una vieja técnica de marketing subliminal que utilizo para que a los pacientes os resulte más fácil recordar mi nombre.

Aquello le sonó a Mari Feli a chino, así que fue al grano de la cuestión:

-¿Pero que estoy gordita me ha dicho usted, doctor?... ¿Usted me ve gorda?- se puso de pie, exhibiendo sin ningún tipo de pudor sus michelines frente a José Luis y esperando una respuesta por su parte.

En fin, una embarazosa situación para el doctor Cerdás de las Charcas- ¿Qué narices haría Hipócrates en estos casos?, se preguntaba -Pero él tenía tablas de sobra para salir airoso de aquel lodazal, que de casta le venía al galgo.

-Grrrr… Yo no he dicho eso, Mari Feli, yo no he pronunciado la palabra gorda.

-¡Pero lo ha dado a entender, doctor!... Dígame: ¿de verdad cree que estoy gorda?- se pavoneó un poco más ante él.

-¡Pero estate quieta, mujer!... Siéntate, por favor. Yo lo único que he dicho es que algún kilito de más sí que podrías tener, y nada más. Y eso no es lo mismo que estar gorda, a mi entender.

-¿Y cree usted que puede ser por eso por lo que mi marido me hace ahora menos caso, doctor?... Ya me entiende usted... ¿Es porque estoy gorda y ya no le gusto?- y un par de lagrimillas hicieron brillar su mirada.

-¡Y yo qué sé, Mari Feli- contestó sorprendido el médico, sin saber qué decirle al poco agraciado rostro que se inclinaba anhelante frente a él -No sabía una palabra de esto que me cuentas ahora… De esto si quieres hablamos otro día, que hoy tengo mucha gente esperando... Anda, vamos, márchate ya, que no te puedo dedicar más tiempo hoy… Y que sepas que estás estupenda, que te lo digo con todos mis respetos, que no vaya a haber malentendidos luego, ¿eh? ¡Hala, vete ya, mujer!

Total, que la pobre iba tan acojonaílla aquel día que tomó la precaución de meter una bolsa de plástico en su bolso por si le venía una crisis de aquellos incontrolables vómitos de intenso sabor amargo durante su trabajo, que era cara al público… ¡Dios mío, qué vergüenza si tuviera que ponerse a vomitar delante de los clientes!... ¿Qué podría hacer en ese caso?... ¿Le daría tiempo a llegar al baño?

José Luis decidió a eso de la una y cuarto que ya era el momento de bajar a buscar a Jessy y llevarla a tomar unos helados con sus amigas, y se asomó a la ventana para situarla.

-¡Demonio de niña!... ¿Dónde estará?... ¡Mira que la he dicho que no se fuera más allá de los columpios!

Tras unos instantes de inquietud se sorprendió al verla jugando con Cristina, las dos en cuclillas, entre dos coches que estaban aparcados a 30 metros de allí, junto a la puerta del banco, nada más cruzar la calle.

-¡Jessy!... ¡Cristina!... ¿Se puede saber que hacéis ahí?- vociferaba por la ventana -¡Es peligroso jugar junto a los coches aunque estén parados!

Pero sus esfuerzos eran inútiles porque la pareja de trabajadores de los martillos neumáticos realizaba sus relevos con tal percia que el estruendo que producían era continuo. Y las niñas ni se coscaron, claro.

Aguzando la vista consiguió vislumbrar el motivo de la extraña conducta de las niñas… ¡Era un gatito! Lo había visto con nitidez mientras era acunado maternalmente entre los brazos de Cristina… Habían encontrado un gatito en la calle y se habían entretenido a hacerle mimos…

-¡Dejarlo en el suelo y no lo cojáis, que bajo ahora mismo!- se desgañitaba en vano, pues los colegas de las taladradoras seguían demostrando su virtuosismo y no daban un instante de tregua al tímpano -¡Que puede estar enfermo!... ¡ENFERMO!

-¡¿Qué le pasa, señor, está usted enfermo?!... ¿Se encuentra usted mal?- le gritó un señor que pasaba por la calle.

Y en esto se quedó helado cuando vio que dos motos grandes que llegaban a toda velocidad frenaron bruscamente a la altura de la puerta del banco, al lado de donde estaban las niñas, y descabalgaron sus dos pasajeros, los cuales, sin quitarse los cascos y con movimientos rápidos, traspasaron la puerta de la oficina mientras los conductores permanecían en el exterior con los motores encendidos.

-¡Es un atraco, ay dios mío!- pensó.

Y echó a correr escaleras abajo en busca de su hija, acompañado por un repentino silencio de las taladradoras. Llegó a la calle y echó a correr hacia donde había visto a la niña, pero su carrera fue interrumpida por un estampido procedente del interior del banco, que le hizo parar en seco y parapetarse tras un saliente de la esquina.

-¡Eso había sido un tiro! ¡Un tiro de una escopeta del 12!- pues hubo una época en la que había asistido a alguna cacería de poca monta, nada de ministros ni cosas así.

Y ese fue el momento en el que la cornisa decidió desmoronarse.

-¡Avelina, Avelina!- alertó Fulgencio -¡Que han tirado un petardo y la cornisa se ha caído encima de un señor que está tirado en la calle y no se mueve! ¡Ay, Dios mío que lo ha matado! ¡Llama al 112, corre!


Unos minutos antes, en la oficina del banco, Mari Feli le daba explicaciones a un señor sudamericano muy insistente, esforzándose en tragar las bilis que le ascendían por el esófago sin que se le notara mucho. Aquello iba a peor y no había quién lo parara.

-Ya lo sé, señor Guanaco- decía -Que ya me lo ha contado usted tres veces, que estaba citado hoy con don Rogelio a la una en punto para hablar de un asunto muy importante, pero él no ha llegado a la oficina todavía, así que tendrá que esperar un poquito más, que yo no puedo hacer otra cosa.

-¿Pero le ha llamado usted al móvil?- quiso saber Nixon.

-Lo he hecho dos veces y lo tiene apagado o fuera de cobertura, y lo haré una vez más frente a usted para que no quepan dudas. Y esto es una cosa muy rara en él, pero no tardará en llegar, ya lo verá.

Y mientras le hacía la demostración, pensaba:

-Otra vez que el sinvergüenza de don Rogelio desaparece de la oficina sin dejar rastro y sin que nadie sepa dónde está… ¡Menudos marrones que nos deja el muy cabrón! ¿Y qué le digo yo ahora a este hombre?

David y el Tocho entraron en el banco a la carrera sin percatarse siquiera de la presencia de las niñas que estaban jugando entre los coches.  Allí se vieron de cara con tres clientes y dos empleados.

-¡Todos al suelo, esto es un atraco!- gritó el Tocho -¡Todos al suelo!

Y para que no hubiera dudas de que hablaba en serio, giró sobre sí mismo y le descerrajó una posta del 12 con la recortada a una cámara que había detrás de él.

-¡Coño!- pensó –Se ha ido el tiro justo cuando se han callado los de la obra…

Su colega le lanzó una mirada fulminante, reclamando sigilo, antes de sacar su pistola y de hacer una panorámica de todos los asistentes con parada final en Mari Feli.

-¡Todos menos tú!- ordenó, encañonándola -Porque tú trabajas aquí, ¿verdad que sí, tipazo?...

Porque el Jamonero, a pesar de lo bajito que era, se las daba de guapo y de ligón y de tener unos modales muy donjuanescos con las mujeres.

-¿Yoooo?- Mari Feli entró en efervescencia al oír el piropo, pero a la pobre mujer le temblaba la voz, le pataleaba la vesícula y hacía un rato que había perdido el control sobre lo que hacían sus dedos –Se equivoca, señor, yo no tengo cargo aquí ninguno, yo solo…

El joven apoyó el cañón de su pistola sobre la etiqueta con su nombre, apellidos y cargo, todo con los colores y el logo del Banco de Calasparras, que llevaba prendida en su blusa a la altura del corazón.

Le taladró con la mirada sin decir nada y a ella le empezaron a temblar las piernas.

-¿Te crees que soy gilipollas o qué vieja urraca?- explotó -Tienes tres minutos, ¡tres minutos!, para llenarme estas dos bolsas de dinero si no quieres que empiece a ir matando a los rehenes uno a uno antes de que te mate a ti… ¡Billetes grandes, de 50 para arriba, no metas morralla!

-Eeeh… Eeeh… Eeeh…- la mujer se encontraba al borde de la epilepsia -Pero si yo… Pero si yo… ¡Uuuargh!... ¡Uuuargh!...

La primera andanada del tsunami biliar impulsado por Mari Feli se coló directamente por el hueco de la visera del casco de David cegándole con un líquido pringoso, calentucho, maloliente, resbaladizo y nauseabundo, que le iba escurriendo por los laterales de su cara hacia su nariz y su boca.

-¡Aaaj!... ¡Qué asco!- gritó -¿Pero qué has hecho, so cerda?... ¡Me has vomitado encima!... ¡Te mato!

Parece probable que aquella tensión tan extrema favoreciera de alguna manera el que la segunda emisión del tsunami fuera aún más violenta que la primera, y lo digo con fundamento, porque esta última contenía fragmentos de patata y zanahoria de la cena del día anterior que fueron expulsados a una distancia muy considerable, y la primera no.

Y se dio el caso de que el grueso de la eyección cayó de lleno sobre la mano derecha de David, con la que sujetaba la pistola, inundándole con toda aquella guarrada.

-¡Aaaj! ¡Más no!

El chico retiró instintivamente la mano y al hacerlo se le escurrió la pistola entre la pringue de sus dedos, cayendo al suelo y soltando un seco disparo que después de rebotar en algún lado acertó de lleno en la pierna de Nixon.

-¡Aaay, mi piernecita buena! ¡Este hijo de la gran puta me la ha chingao!- dicen que gritó al caer al suelo.

El Jamonero, cegado y asqueado hasta la náusea, perdió los nervios y se quitó el casco para contener una arcada y limpiarse a los ojos y la boca de toda aquella mierda -¡me la estoy tragando!, gritaba mientras soltaba escupitajos sin parar -y poder enterarse de algo de lo que estaba pasando.

-¡Pero qué haces, colega!- le recriminó el Tocho -¡Esto está lleno de cámaras!

Y le soltó el segundo petardazo de su recortada a una de ellas que le daba la impresión de que le miraba mal.

Y ese fue el momento que eligió el móvil de David para entonar la cancioncilla acordada con los de fuera para dar el agua, que no era otra que “la Ramona pechugona”, porque era fácil de distinguir.

-¡Vámonos, Tocho! ¡Hay que irse de aquí! ¡Cagando leches!- gritó, girando sobre sí mismo.

-¡¿Queréis dejar de decir mi nombre en los atracos, joder?!... ¿Cómo queréis que os lo diga?- gritó cabreado el Tocho mientras echaba a correr hacia la puerta.

David quiso seguirle pero sus pies resbalaron sobre el mar de vómitos en el que se encontraba y cayó estrepitosamente de bruces al suelo.

Nixon Heriberto aprovechó el momento para abalanzarse sobre él y lanzarle un diluvio de puñetazos en la espalda, repitiendo enfurecido:

-¡Mi piernecita buena, hijo de la gran puta! ¿Me vas a decir tú cómo trabajo yo ahora, eh? ¿Me lo vas a decir tú?

Y Mari Feli, incapaz de reaccionar, asistía aterrorizada a la escena. Más aún cuando se dio cuenta de que con los nervios se había orinado.

La ambulancia del Samur solicitada por Avelina llegó hasta la puerta del banco a toda velocidad, con sus luces y sus sirenas desbocadas a topete, con lo que los conductores de las motos, que se encontraban muy nerviosos porque ya habían dado el agua a sus compañeros al confundir desde lejos a la ambulancia con un furgón de la policía, y estaban a la espera de su urgente salida del banco, tuvieron que mover sus motos de mala gana unos metros hacia adelante para hacerle sitio.

-¿Y qué es lo que dices que es?- le había preguntado el médico a un sanitario por el camino.

-Un señor que dicen que se le ha caído un pedazo de cornisa encima, y está herido o muerto en la calle, no sé muy bien. ¡A ver qué nos encontramos!

-¿Por qué te paras tan lejos?- le preguntó seguidamente a Ramón, el conductor, cuando detuvo el vehículo.

-Porque si aparco en la esquina interrumpo todo el tráfico del cruce y verá usted el lío que montamos, y aquí estamos solamente a 10 ó 12 metros y ustedes se podrán mover mejor…

-Si tú lo dices…

El doctor fue el primero en acercarse corriendo hasta José Luis, y comprobó que estaba consciente y respiraba con normalidad, aunque tenía un buen chichón en la cabeza coronado por una generosa brecha de la que manaba sangre abundante.

-No se mueva- le ordenó mientras le hacía un reconocimiento neurológico básico y le presionaba sobre la herida con un puñado de gasas limpias -¿Qué hacéis con la camilla? ¡Traerla con material de curas que hay que hacer un taponamiento!

-Perdone, doctor, es que aquí hay dos niñas pequeñas que estaban escondidas entre los coches. Parecen asustadas y una de ellas está llorando. ¿Qué hacemos con ellas?

-¡Dejarlas con Ramón y venir vosotros con la camilla aquí de una vez!... ¿No pueden parar esas dos motos, por favor?... ¡Estamos atendiendo una urgencia y no nos dejan hablar!  

-No se preocupe, doctor, que me encuentro perfectamente- interrumpió José Luis, con voz muy clara y calmado –Sepa que soy colega suyo y estoy encantado de saludarle. Soy el doctor José Luis Cerdás de las Charcas… Cerdás, Cerdás, como en los cepillos de dientes pero con tilde, que por eso llevo siempre uno en el bolsillo, ¿lo ve?... El caso es que había salido a comprar unas flores para mi mujer cuando se ha puesto a granizar de una manera violentísima… ¡Si viera el tamaño que tenía el pedrisco que caía!

-Me lo imagino, ya me hago una idea- contestó el del Samur, echando un vistazo a los grandes trozos de cornisa que había esparcidos a su alrededor -Pero ahora pórtese bien, doctor Cerdas, y déjeme hacerle una primera cura.

-Cerdás, Cerdás- corrigió el accidentado –Como los cepillos pero con tilde… ¡No tiene pérdida!

-Pero lo primero que tenemos que hacer es marcharnos de aquí enseguida- continuó su colega sin hacerle ni caso –Porque pueden caer más cascotes… Que puede volver a granizar, vamos… ¡¿Se puede saber qué pasa con esa puta camilla?!

Su berrido fue ahogado por el tremendo repiqueteo de las dos taladradoras neumáticas funcionando al unísono, que reanudaban su ingrato trabajo con renovadas fuerzas tras la parada del almuerzo.

-¡Joder!... ¡Los que faltaban!- pensaron todos.

La sorpresa del Tocho fue mayúscula cuando en su alocada salida del banco se encontró con una camilla, firmemente sujeta por un camillero en cada extremo, atravesada en su camino, y no pudo evitar chocar contra ella.

El impacto a toda velocidad contra la camilla le hizo salir volando al más puro estilo supermán, estrellando su cabeza -¡menos mal que él aún llevaba casco!- contra el lateral de la ambulancia, donde dejó un buen abollón, no os vayáis a creer… Y todavía la escena resultó aún más impactante –y nunca mejor dicho- al coincidir todo ello con el estrépito de las ya mencionadas taladradoras, viejas conocidas del lector.

Y mientras tanto, David, el Jamonero, se había conseguido escurrir de las manos de Nixon después de unos cuantos forcejeos en los que ambos acabaron bien embadurnados de aquel líquido resbaladizo y asqueroso. Salió corriendo a la calle y pegó un frenazo en seco, desconcertado ante lo que se encontró.

Pocos metros delante de él pudo ver al Tocho tendido en el suelo, inerme y con su casco puesto, siendo atendido por un sanitario del Samur, mientras que otro forcejeaba con unas retorcidas piezas metálicas, pretendiendo convertirlas en una camilla, y a su derecha aún pudo ver cómo se alejaban el Tato y el Ramón, sus colegas de las motos, a toda hostia, y desde la esquina, un poquito más allá, se acercaban andando despacio hacia él un señor que iba sangrando y agarrando algo blanco sobre su cabeza y se apoyaba sobre otro que parecía ser un médico y estaba fuera de sí, pues no paraba de gesticular enérgicamente y de vociferar palabras ininteligibles debido al estruendo que estaban montando unas taladradoras neumáticas al otro lado de la calle.

-¡Y encima los de las obras!- pensó -¡Anda que no dan coñazo estos!

Miró hacia su izquierda y alcanzó a ver uno, no, dos, coches de policía que se dirigían hacia allá con su verbena de luces azules en todo esplendor.

Y fue en ese mismo momento cuando sintió que un abrazo de oso le sujetaba ambas piernas. Se retorció para darse la vuelta como pudo y se encontró con la cara de Nixon, que le había conseguido seguir a cuatro patas hasta allí, y le miraba cargado de odio.

-¡Hijo de la gran chingá!- le gritó furibundo -¡Me has dejado sin trabajo, sin tardes con Reina, sin mi chamaquito!... ¡Tú vas a pagar por ello!

El chico salió corriendo descalzo, tras perder sus zapatos en la nueva trifulca con Nixon y paró la primera moto que pasaba por allí. Agarró al conductor por el cuello y le buscó un espacio entre las costillas con la punta del bardeo, diciéndole:

-Dame tu casco y tu moto, y sal corriendo de aquí, que hoy me pillas con un mal día…- tras lo que consiguió huir.

-¡Menos mal que no han cortado el tráfico!- pensó mientras lo hacía, dando gracias a todos los santos.

Pero David Horcajo Mora, alias el Jamonero, fue identificado y detenido 15 días más tarde, gracias a dos oportunas y nítidas fotografías que aportó un vecino del inmueble, en las que se apreciaban perfectamente los rasgos del joven, así como la heroica conducta de Nixon Heriberto Guanaco Chamorro,  enfrentándose malherido al asaltante para tratar de impedir su huida.

Le cayeron 12 años.

-¡Perfecto, es justo lo que necesitamos!- exclamó el Comisario al ver las fotos -¿Pero por qué salen tan verdes?... Los personajes quiero decir, el asaltante y el sudamericano ese loco que le hizo frente…

-No puedo decirle, señor- contestó el agente –En el laboratorio me dicen que no es problema de ellos, que no pueden corregirlo, dicen que es como si fueran así de verdad…

-¡Cosa tan rara!... ¿Y del Fulgencio ese que ha traído las fotos se sabe algo?... ¿Quiere algo a cambio?

-Pues menudencias, señor, nada importante. Parece un buen hombre. Nos pide que le revelemos sus fotos –retratos las llama él- en nuestro laboratorio, que es una cámara antigua de las de carrete de rollo, y que le entreguemos una copia en papel de cada una de ellas, y que le demos algún tipo de certificado o documento que diga que él se ha comportado como un buen ciudadano al haber notificado del mal estado de la cornisa y haber contribuido con la policía en la resolución de este caso.

-Está bien, es razonable. Dile a los del laboratorio que le hagan las copias que pide y yo le haré un diploma con lo que él solicita… ¿Dónde están los que sobraron del curso de natación que dimos el mes pasado?

-¿Lo ves, Avelina, lo ves?- decía Fulgencio, envalentonado y con tono triunfante saliendo del brazo de su mujer de la comisaría –Un ciudadano e-jem-plar, EJEMPLAR, que aquí lo dice muy claro… ¡Y es un diploma!... ¡Un documento oficial!... De lo que se deduce que todas esas críticas que me haces no son más que patochadas sin fundamento, cochinita mía.

-¡No seas pesado, Fulgencio!- ella se deshizo bruscamente de su brazo –Si no hubiera sido por mí no habrías encontrado nunca tu cámara. Y ya te he dicho muchas veces que cuando te pones así de ordinario no me gustas nada. Pero nada de nada. ¡Déjame en paz!

-¿Has visto lo guapa que sales aquí?- él hizo caso omiso -Es de cuando fuimos a El Escorial, ¿te acuerdas de aquel verano, qué calor hacía?

En el Banco de Calasparras se llevó a cabo una investigación interna que concluyó con el despido de don Rogelio debido a sus reiteradas e injustificadas ausencias de su puesto de trabajo, y con el ascenso de Mari Feli a directora de la sucursal por decisión unánime debido a la entereza y lealtad hacia la entidad que demostró a lo largo de todo el desagradable suceso, puesto que ocupó muy orgullosa tras estar veinte días de baja tras su colecistectomía.

-¡Y a mí me llamó tipazo! ¡El asaltante me llamó tipazo!- le contaba por enésima vez a su marido, a ver si así reaccionaba. Pero ni por esas... ¡Seguro que estaba con otra!

Y como lo de vieja urraca no lo oyó nadie. pues lo omitió en su declaración al no considerarlo trascendente y así nadie lo supo.

Nixon Heriberto Guanaco Chamorro perdió su trabajo en la construcción, pero el Banco de Calasparras, presionado por la opinión pública –sus fotos peleando con David en la puerta del banco fueron publicadas por todos los medios- y aprovechando las facilidades existentes para el contrato de personas discapacitadas, le ofreció un trabajo aún mejor remunerado que el anterior en una de sus oficinas, que él aceptó y mantuvo durante muchos años, con lo que su mujer pudo librar todos los fines de semana y atender a sus chamaquitos junto a él. Y ambos fueron muy felices reproduciéndose como conejos.

Del Tocho, lo único que sé, es que estuvo ingresado tres meses recuperándose de la conmoción y fue trasladado posteriormente a la prisión de Soto del Real, donde aún se encuentra a la espera de juicio, según me dicen.

Los dos trabajadores de las taladradoras tuvieron que huir a sus países de origen, Rumanía y Marruecos, atemorizados al haber recibido varias amenazas de muerte por parte de los residentes cercanos a las obras en las que ambos trabajaban.

Ya sabéis, evitar los trabajos con martillos neumáticos si no queréis quedaros sordos y ser odiados por el resto de la humanidad.

Y el doctor José Luis Cerdás de las Charcas se perdió sus vacaciones en la playa pero recuperó mayormente la chaveta seis meses después del accidente, tras lo que pudo incorporarse a su trabajo habitual y al ejercicio de sus deberes y derechos hacia su hija Jessica, quién únicamente desarrolló una intensa fobia a los gatos como consecuencia del shock postraumático.

¡Hay que ver qué cosas pasan cuando uno menos se lo espera!
 

FIN

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Published on e-Stories.org on 08/18/2015.

 
 

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