Rober Suárez

Mi cuaderno rojo

  Me hallaba en mi cuarto. Era una fría noche de viernes en pleno invierno. El fin de semana se presentaba bastante atractivo. Por alguna razón, aquello que habitualmente me roía el alma y me iba destruyendo poco a poco aquella noche no me afectaba tanto. Mi corazón no se aceleraba por el mero hecho de poner su rostro en mi mente, como solía suceder. No parecía estar tan triste como otros días. Mis ojos no estaban húmedos: rompiendo lo que ya era una rutina, no había lágrimas. Mi cuerpo no estaba inmóvil en la cama sin otra intención que pasar la noche entera pensando. Incluso había comido en abundancia, cosa que llevaba semanas sin poder hacer. No sabía porqué, pero aquella noche podía decir por primera vez en varios meses que no estaba deprimido.
 
 
            Me encontraba un poco cansado a causa de los estudios y la falta de sueño. Sin embargo, no podía dormir. Dentro de mí existía una especie de fuerza que me incitaba a mantenerme despierto. Estaba escuchando música, pero me acabaría durmiendo. Sabía que, si iba a permanecer despierto, necesitaría encontrar algún tipo de entretenimiento. Quizá podía ponerme a ver la televisión. Alargué mi mano hacia el mando a distancia que guardaba en el cajón de la mesilla. Conecté el televisor y comencé a mirar los diversos canales. Como era de esperar a aquellas horas, la programación no dejaba mucho que desear, así que cambié de idea. ¡La radio! Posiblemente aquello lograría o bien entretenerme, o bien aburrirme hasta caer en brazos de Morfeo. No recuerdo cuánto tiempo mantuve mi atención hacia el programa de opinión que se estaba emitiendo. Lo único que sé es que había pasado ya un rato aburriéndome con los comentarios que surgían entre los contertulios y el sueño seguía sin aparecer. Apagué la radio. Escuché un ruido que estaba muy acostumbrado a oír, y más en aquella época del año: la lluvia golpeaba el cristal de mi ventana, y los continuos azotes del viento producían un sonido que lograba hacerme sentir intranquilo. Miré a mi alrededor buscando algo en aquella estancia con lo que pudiese matar un poco el tiempo. Nada me atraía hasta que reparé en aquel cuaderno rojo.
 
 
            Lo abrí más o menos por la mitad, por la última página escrita. Miré las páginas anteriores. Aquello eran poemas, dedicados todos a ella. Tenía que repasarlos, pero no aquella noche. Sabía que con leer dos simples versos caería de nuevo en mi melancolía y quería que esto tardase lo más posible en suceder. Tenía también algún relato que requería ser releído. Comencé por uno que recientemente había concluido de escribir, pero pronto me di cuenta de que también había una parte dedicada al amor: a mi amor por ella. Abandoné de inmediato la lectura y escogí otro relato. Me sucedió exactamente lo mismo. Elegí de nuevo, obteniendo un resultado idéntico. ¿Es que el mundo estaba en mi contra? ¿Es que todo parecía recordarme a ella? Yo no caería en aquella trampa. No cometería aquel error. Al menos aquella noche.
 
 
            Bostecé. Ya habían pasado tres horas y el sueño me invadía, por fin lo hacía. Con mi rostro a escasos centímetros de la hoja en blanco y un bolígrafo en mi diestra, yo permanecía con la vista fija en el papel. Le daba mi vueltas a mi cabeza. Suspiré profundamente y la moví repentinamente para despejarme y evitar dormirme. El sueño... seguro que la culpa de todo la tenía la falta de sueño. Me quité las gafas, llevé las manos a mi rostro y me sequé el sudor. ¡Vamos! ¡Algo tenía que ocurrírseme! ¡Siempre sucedía así! Mi imaginación no podía fallarme y menos en aquella ocasión. No podía pero lo hizo. Mi mente permaneció en blanco, y no tardé mucho tiempo en comprender porqué. Recordé el momento en que abrí mi libreta roja: aquellos poemas, aquellos relatos... todos dedicados a ella. ¿Tan importante era en mi vida ella? Tenía que demostrarme a mi mismo que podía prescindir de aquella persona, y para eso tenía que empezar por construir un nuevo relato. Algo ajeno a ella. Nada de amor. Podía hacerlo, estaba convencido de ello. Había miles de cosas de las que hablar y no iba a recurrir a lo mismo en aquella tesitura. Para mí aquello era una prueba.
 
 
            Rellené aquellas páginas. Finalmente lo logré. No obstante, no superé la prueba. No lo hice porque lo que estás leyendo no es más que el contenido de aquellas páginas de mi cuaderno rojo. No es difícil apreciar resquicios de amor en algunas frases. He pensado mucho desde lo acaecido. Jamás desde entonces he logrado escribir nada sin hacer mención a ella. Por mucho que me cueste aceptarlo, ella es la ruina de mi vida, pero también la Reina de mi inspiración.

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Published on e-Stories.org on 12/29/2005.

 
 

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