Maria Teresa Aláez García

Borrachera de lujo

BORRACHERA DE LUJO.

 

Dicen que los borrachos, los locos, los niños y los poetas son los que dicen la verdad.

 

He aquí un estado lamentable que tiene mezcla de los cuatro aspectos de la persona.

 

Y como tal borrachera, llevará retazos de todo tipo.

Eso sí, dedicado a “enalgúnlugar” y a “linuxlinux”.

 

Beber. Diversión. Celebración. Tanto de lo bueno como de lo malo.

Tanto de bodas, cumpleaños, santos, bautizos y comuniones y fiestas de guardar como de otras celebraciones más nefastas como funerales.

 

Que todo sirva para celebrarlo, bebiendo

 

Yo llevaba la contraria a todo el mundo, más antes que ahora y lo celebraba sin parar. Para no arremeter más fuerte contra los idiotas. Conforme se me decía que no, allá iba yo y a decir qué si. Por tocar las narices.

 

Y es que en este mundo hay mucha gente que toca las narices. En este mundo hay mucha gente que piensa que hace daño ignorando, ofendiendo, atacando emocionalmente el corazón de la gente. Que piensa que lo inteligente es manipular las emociones para conseguir lo que uno quiere. Eso es mentira.

 

Lo inteligente no es manipular. No es ofender. No es insultar. No es dejar en evidencia. Esos son los trucos que usa la gente que no tiene más recursos para solucionar sus problemas. La gente débil, la gente pobre de espíritu, usa recursos que pueden ser tan bajos como sus instintos porque como a ellos en un momento les hizo daño, piensan que también puede dañar. A veces es  bueno, entonces, dejarles que lo crean y darles su minuto de gloria, sobre todo si se les descubre el juego pero no en ese momento de ataque sino que se espera desde hace mucho tiempo atrás. Y sobre todo si se han visto otras cosas que han favorecido a estas personas y sobre las que no se puede interferir.

 

Cojan a una persona inteligente. Acúsenla. Saldrá adelante airosamente si no la han hecho débil en su educación sus padres. No insultará. No arremeterá contra sus acusadores. Pero si ven que de repente desaparece, no piensen que sus insultos o sus arremetidas han hecho efecto. Quizás algún otro factor que ustedes no han visto, algo incluso ajeno a ustedes, le ha hecho retirarse. Algo que como ella, otras personas han evidenciado pero que ni usted mismo ha reconocido. Quizás en lugar de regocijarse del triunfo con sus amigos y reafirmar que sus insultos sirven para algo – las personas débiles suelen comportarse así – debería centrarse y mirar qué ha ocurrido en su entorno para que esa persona que tanto la agobiaba, que tan encima estaba de usted haya desaparecido. Quizás se lleve más de una sorpresa. Y quizás deje de usar temporalmente su modo de defensa basado en un intento de manipulación emocional que no surte ni surtirá efecto porque a lo sumo, mostrará su inmadurez y la de quienes son como usted quedando todos en ridículo y vaya aprendiendo a mirar un poco más hacia dentro de usted y a abrir un poco más el entorno en el que vive porque hay más espacio hacia fuera, tanto en la vida virtual como en la real.

 

Brindo por ello. Aunque ya sabemos que la gente débil, insegura, ni siquiera s enterará del mensaje del texto anterior y todo seguirá como antes.  Es más, usarán la prepotencia y la indiferencia como arma para atacar. Ugggggg. Brindo también por eso.

 

Brindo por más cosas.

Brindo por la pérdida de tiempo. Cómo nos gusta  los seres humanos perder el tiempo. Perder el tiempo jugando a cosas inútiles en lugar de perderlo jugando a cosas útiles y creativas. La gente busca el bien mayor, el bien individual y lo bueno antes que lo negativo y lo malo, que también son necesarios pero como el bien, en su justa medida. Claro que quien ha recibido malo toda la vida, sólo pide malo. Quien ha sido manipulado, ridiculizado y desatendido toda la vida, así responde. Quien ha recibido desaires, desaira. Quien ha recibido amor, ama.

 

Brindo por ello.

 

Brindo por el día que me caí con el balcón con mi hermana y dos vecinitas. Fue un hecho que merece la pena contarse. La verdad, no fue agradable en su momento pero luego no dejó de estar celebrado. Como se celebran algunos funerales. Como se celebran algunos destierros. Como se celebran algunas matanzas. Como se celebran secuestros. La maldad es insegura, es débil, es innecesaria.  La maldad se escuda, necesita encubridores. La bondad suele ser sincera, no manipula, no anda como una víbora, buscando entresijos para ver por dónde atacar.  

 

Por esta caída con el balcón, evidencié muchísimas cosas.

 

Primero, la ignorancia. La ignorancia nos hace meter muchísimo la pata. Bien es necesaria porque todo no lo podemos saber y es necesario desconocer para poder mantener la identidad, la curiosidad.  Yo suelo ser una persona seria en mi aspecto. Débil, seria, no río mucho, no hablo mucho, siempre parezco ausente. Si hablo es porque tengo los nervios desatados porque me espero algo malísimo que no puedo controlar o porque las hormonas me juegan una mala pasada. Pero no suelo hablar ni reír. Entonces la gente que habla conmigo, piensa que estoy seria, enfadada o ausente. Excepto la que me conoce que precisamente suele pensar todo lo contrario.

 

Me gusta dejar que la gente tenga una falsa impresión sobre mi y luego romperla. Me insultan, me agreden, no me entienden. No entienden por qué tengo fuerza y por qué llamo la atención o no, o porqué me tiro y me levanto.  Pero no preguntan. Pretenden saberlo a primera vista o a primera lectura. Pocos son los que preguntan: ¿por qué haces esto? ¿ Por qué dices esto? ¿A qué ha venido esto? Se enfadan, se alegran, se ríen. Y yo respondo a esto porque veo que es lo que quieren, para eso lo piden. Me hacen desprecios porque quieren verme humillada y les hago ver que estoy de esa manera, así tienen su minuto de gloria. Luego claro, hay sorpresas porque la vida es la vida  y para mí la resolución de problemas tiene prioridad. Y mientras estas personas están preparando la manera o la actuación para sentirse seguras y verme tirada abajo, pongo medidas para resolver otras cosas y claro, las expectativas que habían aprendido no se cumplen. Eso no gusta y provoca enemistades. Pocas personas sí saben verme y se ríen conmigo y me llaman la atención para que me detenga o cambie un poco el chip. En mi familia, autora de la mayoría de mis sentimientos de culpabilidad y de mi baja autoestima, continúan los momentos negativos porque no han podido superar ese miedo que se ha transmitido de generación en generación. En cambio mi hijo no tiene reparos. El y yo jugamos a asombrarnos continuamente.

 

Sigo con los brindis.

 

Esta semana pasada ha sido semana de celebraciones.

El día del Carmen, la patrona de los marineros.

El día del cumpleaños de mi hermano.

El día del cumpleaños de mi hijo.

 

Soñé muchas veces con preparar una semana entera de celebraciones pero no ha podido ser y no sé si podrá ser. De todos modos no pierdo la esperanza. Al Menos una vez, podrá ser, seguro. Seguro que algún ángel me enviará Dios para que me preste ayuda.

 

Luego otra semana más y más fiestas: Santiago, las fiestas de La Vila, Santa Marta, nuestra patrona.

 

La última borrachera que cogí, fue un día 26 o 27 en estas mismas fiestas precisamente. Fue una de las borracheras más curiosas que he conocido.

 

Fue una borrachera sin resaca y sin borrachera.

 

Una prueba consciente de que el cerebro y la fuerza de voluntad y de las ideas pueden incluso sobre los estímulos y factores externos.

 

El balcón antes que dicha borrachera.

 

Yo voy de borrachera en borrachera. Borracha como yo sola. Me pasa con el alcohol y las borracheras como con las matemáticas, la física y la química. Me gustan la física y la química y odio las matemáticas. De hecho siempre aprobé física y química porque me encantan pero no he hecho ninguna carrera de ciencias porque hay matemáticas y ni me gustan ni las entiendo ni las quiero ni nada. Ahora porque no habrá más remedio.

 

Pues igual me ocurre con el alcohol y las borracheras. No me gusta el alcohol. El vino me sabe agrio o distingo sus mil sabores – el vino no lleva vino solamente, lleva también canela o algo de frutas u otras cosas – pero el conjunto del sabor del vino es agrio para mi, algo asqueroso. Y cuanto más agrio lo encuentro, más áspero en su sabor, más desagradable, mejor es. Así valoro yo el vino. En mi familia  todos son grandes bebedores menos yo. El whisky aggg. El vodka, puag. El anís dulce aún – como el vino de Málaga o la sangría que llevan azúcar o el Matheus Rossé que lleva burbujas o cosas así  y del champán, sólo uno de Codorniu y pare usted  de contar – y gracias a la cerveza y al calimotxo me entra algo. Si una bebida lleva alcohol, al olerla por encima sin catarla siquiera, ya lo adivino. Pero eso si, esa nubecilla de tontuna ideal que deja la borrachera suave, sí me gusta. La borrachera cervecera, esa que cuando se ha tomado una la paella o el pinchito y la caña deja ese halo de idiotez, eso.

 

Pero que sepan ustedes que la borrachera y todo lo demás es puramente cerebral. Si uno no se entera, ni siquiera se emborracha. Y yo soy un vivo ejemplo de ello y con testigos presenciales que se quedaron atónitos al ver lo que podia ingerir sin, en ningún momento, percatarme de que bebía alcohol y menos de coger una borrachera.

 

Comencemos por el balcón primero.

 

Una tarde de agosto, día 28  o 29, no recuerdo bien. Fresquita, así así. Pero buena tarde. Habíamos invitado a dos vecinas de la casa de al lado a merendar. Mi abuela, que en paz descanse, buena cocinera y amiga como yo de liarse, liarla y llenar la casa de gente para luego quejarnos ambas de lo mucho que curramos y lo poco que se nos ayuda – je, je – preparó – preparamos- grandes bandejas para una merienda – cena: croquetas, tortilla de patatas, todo tipo de moluscos para picar, embutido de todo tipo… en fin que más que una merienda – cena para seis jóvenes  y cuatro adultos parecía la cena de un regimiento de infantería pues habíamos llenado las dos mesas del salón y la mesa de la cocina y encima en la nevera había más por si acaso alguien se quedaba con hambre.

 

En la casa donde vivíamos había un enorme balcón. Casi dos metros de balcón pues cogia toda la fachada. Casi tres metros, que yo me tumbaba todo lo larga que era a tomar el sol y midiendo 1.74, era dos veces yo, así que más de tres metros.  De ancho seria un metro y medio. Era un hermoso balcón. La casa era antigua. En otro texto ya la describiré. Era una de esas casas que por fuera se ven pequeñas – una puerta para acceder al piso superior, la puerta inferior para pasar las redes o el caballo y dejarlo abrevando mientras se sube a la estancia superior, pues la casa tendrá dos siglos ya de existencia y en el balcón tenia huellas de balas de la guerra civil y no le saqué fotos,  - y por dentro era grandísima. Dos habitaciones grandes, una pequeña, una enorme cocina y un gran salón comedor con un aseo - ducha pequeño puesto que abajo había un aljibe y bañera. Además la playa estaba justo enfrente: sólo había que cruzar la carretera.  La alcobita con sus puertas… vamos una casa de ensueño  para nosotros. 

 

Bueno. Vinieron nuestras vecinitas y su madre. En la casa estábamos mi madre, mis dos hermanos, mi hermana, mi abuela y habíamos traído bebidas refrescantes: coca cola, Fanta, cerveza.  Aquel día estaba el cielo de ese color amarillento que traen las nubes cargadas del desierto del Sahara o de Dios sabe dónde, previa caída de lluvia de barro que deja la ropa hecha un asquito.  En la tele estaban dando McGyver y en la playa teníamos el pase de “modelos” de coches de carreras y demás de los macarras de turno que usaban la carretera menos concurrida para enseñar los nuevos alerones, los tubos de los turbos y las pegatinas esas. Casi todos los coches eran rojos.

 

Acababa de hacer mis mil abdominales y llevaba un mono y el bañador debajo pues tras la merienda-cena iríamos a bañarnos, de noche.  Vamos se esperaba una buena tarde. Así que me tomé mi cerveza mientras veía en la tele al actor con más imaginación del mundo, intentando con un reloj que se cargaba con el sol, un chicle y no sé que mas, recargar la batería de un coche. Días antes había  intentado que una de las gatitas que teníamos, dejara a sus crías en un cobijo que le había hecho en un ala del balcón con unas cajas pero el animal se empeñó en meter a sus crías dentro de la casa y además defendía con uñas y dientes la posición. No sabía por qué. Yo sólo notaba que el balcón se movía un poco pero lo acusaba a lo vetusto de la obra y a que al estar ante el mar, el salitre se comía un poco las vigas que había que cambiar. Nada similar a lo sucedido después.

 

Como los macarrillas seguían haciendo gala de sus coches y para matar el tiempo antes de darnos el festín,  las cuatro mozas salimos al balcón a mirar los coches para darles un gustazo a los macarras. Además bromeábamos: “Mi coche es ese. ¿Cuál? El que acaba de pasar. Es tan rápido que ni lo habéis visto venir”.  Y cosas por el estilo. Mi hermano se quedó dentro del salón para ser el primero en coger sitio, con mi abuela y mi madre. Yo empecé a recoger la ropa, visto el color amarillento del cielo, cada vez más ocre y con una fea previsión de dejarme la ropa teñida de dicho color. La metí dentro y mientras pensaba en coger el peine para retocarme el pelo y en cómo el mac giver habia solucionado el problema del reloj de sol, me pareció tener la sensación de que el suelo de la calle se me acercaba. “Qué cosa más rara, debo tener algún mareo.” Sacudí la cabeza y volví a mirar.  Y el suelo de la calle – estábamos a la altura de un primer piso más o menos – se me seguía acercando. “Caramba, sí que me ha sentado mal la cerveza que veo que el suelo se me acerca.  No volveré a tomar. A ver. Para darme cuenta de que es una falacia y de que la vista me engaña, voy a poner la mano y veré que tocando el aire, no toco el suelo”.

 

Y…

 

Toqué el suelo.

 

No recuerdo nada más excepto que de repente estaba sentada en la cuesta de la calle con un señor tajo en el brazo, con mi níspero en el suelo, a mi lado, con la gente parada en el paseo mirando hacia mi casa, mi hermano pegando golpes en la puerta y mi hermana y las chicas de pie mirándose unas a otras.

 

El balcón se había caído y nosotras con él. Las cuatro encima del balcón. En mi caso, por agacharme a tocar el suelo, tuve la peor parte.

 

Mi hermano dijo que había visto nuestras cabezas bajar de repente y desaparecer.

 

Mi hermana, que estaban ellas agarradas a la baranda y que descendieron suavemente, debido a que la cuerda de la persiana aguantó el peso y les permitió caer sobre tierra sin hacerse daño, sólo uno o dos puntos en una mano. Salieron andando.

 

El balcón quedó hecho ruina en el suelo. El dintel de la puerta se había bajado y no se podía abrir.

 

Un señor que había sufrido una traqueotomía, no dudó en coger el coche y llevarnos al hospital, dando todo tipo de explicaciones. Le estamos muy agradecidas aún, cuando lo vemos. Al acercarnos al hospital, tuvimos el verdadero problema al explicar qué nos ocurrió.

 

-          “Díganme qué les ha pasado”.

-          “ El balcón de mi casa se cayó al suelo con nosotras encima”.

-          “El Balcón se cayó sobre ustedes”

-          “No. El balcón se cayó al suelo con nosotras encima, añadidas al balcón.

-          “Ah. ¿Se tiraron ustedes del balcón”.

-          “No señor. ¿Usted se cree que tenemos sano el juicio si cogemos las cuatro las manos y en comandita nos tiramos del balcón? ¿Cree usted que intentamos suicidarnos?

 

Al final, gracias a la amable intervención del señor que nos recogió y luego nos devolvió a casa, pusieron en el parte “Caída de balcón”. A mi me tocaron 12 puntos en el brazo, un bulto enorme en el muslo y un cuadro de picasso de moratones y demás en el resto del cuerpo, por haberme acercado a tocar el suelo.

Al año siguiente y durante bastante tiempo, celebramos la “conmemoración de la caída del balcón” y que estábamos vivos todos. No hablo de la actuación de la policia. No hicieron nada. En fin, mejor dejarlo.

 

Bien, contado lo del balcón, paso a contar la famosa borrachera.

 

Un momento que ingiera un vasito calimotxo sin vino, solo la coca cola…

 

Bien. Encontradas y subidas las fotos de mis “sex symbol” o sessimbol como lo escribo yo, Richard Gere, el Oso Yogui y otros como Gerard Depardieu, Gary Cooper, Juanjo PuigCorbé y Johnny Deep, paso a contar la borrachera. Estos chicos son mis “ossessiones sesuales”. Para cuando las tenga, digo.

 

Pongámonos en tarea.

 

Festes de la Vila. Dia del desembarco, 27 de Julio por la noche. Tras las embajadas y el correspondiente desfile, nos vamos a peñas mi hermano y yo. Aquel año estaba de reinado la compañía “Mercaders”, con la peña en Carrer Constitució. Allí conocíamos a alguna gente que habían invitado a mi hermano a cenar y fui de añadida. Como los días anteriores había tomado bastante cerveza y en vista de lo ocurrido con el balcón había que contenerse, determiné cortarme y no tomar más de dos cervezas. Con el resto del alcohol no tenía problemas porque no me gustaba.

 

Ok. Mi hermano me trae el primer vaso de cerveza.

 

Recuento 1. Una caña.

 

De paso me trae unos choricillos y alguna morcilleja con pan. Como en aquellos tiempos aún practicaba la feliz gimnasia de los mil abdominales no me importaba tomar algo de más. También nadaba mucho y subía montes y cosas así.  Como la cerveza en seguida empezó a hacer efecto, fui a buscar el aseo y me encontré a una amiga a la que saludé con efusividad.

 

-          “Hey, cómo estás”

-           “Ven y tómate algo. “ Respondió mi amiga. “¿Quieres una “lleteta”?”  (Lleteta: leche merengada con whisky).

-          “No, no que no quiero beber y ya me he tomado la cerveza. Si acaso sólo la leche merengada pero sin whisky, ¿vale?”

-          “Vale”.

 

Se va y trae dos enormes vasos de esos de coca cola de medio litro. El de ella olía a  whisky a un kilómetro. Por si acaso el mío llevaba alcohol, probé un poco pero no me pareció llevar nada. Así que me lo tomé de una sentada casi, como ella. Total, se suponía  que era leche merengada. Le noté un saborcillo raro pero al haber tomado cerveza y embutido asado, pensé que era por el choque de sabores. Enseguida noté la protesta del estómago en forma de nudo  y ganas de vomitar.

 

-          “Uf” le dije a mi amiga. “Voy al aseo porque se ve que la leche con la cerveza se ha debido de cortar y me está sentando mal. Te veo luego.”

 

Y fui a sentarme tras pasar por el aseo. Mi hermano me vio con mala cara y me trajo otra caña aduciendo que no pasaba nada. Total, me había tomado sólo una cerveza y una leche merengada.

 

 

-          “Si no te ayuda, te hará vomitar y te sentirás mejor”.

 

Bien, me la tomé.

 

Recuento 2.

 

A: lo que yo creía que me había tomado: dos cervezas y una leche merengada.

 

B: lo que me tomé en realidad: dos cañas y una “lleteta” con casi un cuarto de litro de whisky.

 

Pareció ser que mi hermano tuvo razón. La caña no me sentó tan mal. Se acercaron unos amigos a invitarnos a dos peñas. Para poder cumplir, mi hermano fue a una y yo a la otra. Eran de “Pirates”, así que él fue a una, yo me fui a “Corsaris” y quedamos a cierta hora en “Bucaneros” para bajar juntos a la playa, donde ofrecían cordero y patatas con cerveza a quienes esperaban el desembarco.

 

Siguiendo a la bandeta y bailando y cantando por la calle marchas moras y cristianas, nos acercamos a “Corsaris”. El estómago me bailaba sólo cuando llegué a la peña y me mareaba cada vez más. Así que pedí algo de agua a ver si podía contenerlo.

 

Me respondieron: “el agua está encima de la mesa que hay ahí fuera con todas las bebidas. “ En las peñas tienen por costumbre poner encima de una mesa en el exterior, las botellas de bebida – algunas – para que se sirva el visitante. Me acerqué y no vi ninguna botella de agua. Vi de vino, de tequila, ginebra, whisky, coñac, de todo menos agua. Pero… ¡ay! Vi la botella de agua estampada y vacía en el suelo y en otra botella, todo transparente. Y mi mente, ella tan lista, me dio la respuesta.

 

-          “¡Ya está, ya sé qué ha pasado!” (Esto es mi mente hablando con mi conciencia, nada de hablar sola ni por lo bajinis). “Se ve que se les ha roto la botella de agua y el agua que les quedaba la han metido en una botella de vino”.

 

¡Cómo no lo había adivinado! Mira que soy tonta. Así que ni corta ni perezosa y con una sed que tenia de espanto, agarro la botella de vino, supuestamente “llena de agua” y me la bebo a morro de un trago, ante la atónita mirada de la gente que me había indicado que la bebida estaba encima de la mesa.  Acto seguido, entro y me siento tan feliz en una silla con ellos y les digo “Gracias. Uf, qué sed tenia. ¿Puedo servirme una cañita antes de irme?” Aquellos ni se levantaron de la silla. Se quedaron pegados al asiento, digo yo, porque no hacían más que mirarme como si fuera un bicho raro y estaban enmudecidos mientras yo, con una voz totalmente normal y caminando bien, sólo un poco molesta del estómago, les decía “Menos mal que me di cuenta de que habíais metido el agua en la botella de vino porque sabéis que el envase se os había roto ¿No?”. Y tras un amable gracias y darles a todos un beso, me fui a seguir camino con la bandeta hacia “Bucaneros”. En un principio se quedaron sentados pero a los dos minutos, cerraron la peña mientras nosotros seguíamos el baile hacia la otra compañía y vinieron a continuar el espectáculo.

 

¿El desembarco? No, para nada. El mío con el alcohol porque no se lo creían.

 

Recuento 3.

A: tres cañas, una leche merengada, un litro de agua y las morcillejas y los chorizos.

B. Tres cañas, un cuarto de litro de whisky, un litro de vino, las morcillejas y los chorizos.

 

 

Llegamos a “Bucaneros”. Los de la bandeta pidieron algo de beber y nos pusimos a cantar.

 

Pero el cántico da sed y yo ya llevaba encima mi ración cervecera. Como ya íbamos camino de la playa, pensé en seguir tomando agua y dejar el resto de la cerveza para el cordero. Así que pregunté si podía tomar agua.  “Sírvete tú misma” me respondieron.

 

Y allá me fui ni corta ni perezosa. Para la barra.

 

Allí estaba medio dormido el que cuidaba las bebidas y  servía. No atendía mucho. Parecía un mexicano pero sin sombrero, meditando a la luz de una bombilla y con una chilaba marrón. Le pregunté “¿Puedo?” refiriéndome al agua y me hizo un gesto igual de “sírvete”. Así que allá fui yo. A servirme. La cuestión era que el vaso lo tenia, porque me lo acababa de dar el “manito”. Pero no tenia el agua y no se veía el grifo tras la barra. En esto que veo tres botellas en un lateral de la barra. Una de tequila, una de ginebra y otra de anís. Ah y la de vodka. Todas mediadas y con un líquido transparente apetecible, dentro.

 

Mi mente lo tuvo claro de nuevo: “líquido transparente ante mi vista + sed = eso es agua”.

 

Así que cogí de nuevo y presta cual barco pirata, comencé a llenar una botella con los restos de las otras. Y mientras yo pensaba que estaba reuniendo de nuevo un litro de agua, mezclaba anís, ginebra, vodka y tequila.  Y sin pensarlo, de golpe, todo para dentro. Me dio igual. De hecho tenía un sabor dulcecillo pero me quitó la sed. Lo que me llamó la atención fue que el manito, que parecía medio dormido, abrió un ojo cuando me vio echar la ginebra dentro del vodka. Abrió los dos cuando me vio echar el anís. Se enderezó cuando me vio mezclar el tequila y cuando vio que lo engullía todo de un trago y me quedaba tan pancha y feliz sin caerme redonda al suelo, boquiabierto, cogió él también cuatro botellas y empezó a mezclar. Lo que no sé es dónde acabó él pero sí sé dónde acabé yo: unida a mi hermano y a unos amigos para llegar a la playa a comer cordero con patatas que me encantaba. Así que al llegar junto a mi hermano, le dije toda orgullosa:

 

-          “Sólo me he tomado tres cañas esta noche”.

 

Bien. Pues nada. A los sones de “Paquito chocolatero”, de “la manta al cos i el cabaset”, de “All my love, nanananana”, de “Amigos para siempre” y de la pachanga, allá que vamos cabeza a la playa a comer cordero todos felices y contentos. Los de la peña anterior iban tomando nota, creo. El de la barra, no lo volví a ver. Y llegamos a la parte de la playa llamada ·”Del arsenal”· donde se habian colocado unas tiendas así a modo antiguo como de guerra. Allí me tome dos o tres “xullas” de cordero con patatas bien regadas con una cerveza de lata fresquita o dos. Después un cucurucho de helado. Después el desembarco, la embajada final y a casa.

 

Recuento 4: 

 

A: tres cañas, dos latas de cerveza, una leche merengada y dos litros y medio de agua más los chorizos, las morcillejas, tres chuletas de cordero con patatas. Tras pasarme toda la noche bailando sin dormir y sin cenar, era buena cena- desayuno. Ah y el cucurucho de helado.

 

B: tres cañas, dos latas de cerveza, un litro de vino, un cuarto de litro de whisky, medio litro de ginebra, un cuarto de vodka, otro cuarto de tequila y medio de anís además de la comida.

 

Como ya eran las diez de la mañana y estaba cansada me dirigí a mi casa cuando me encontré a otra amiga. Esta sí que iba ella cargada y le dije:

 

-  “¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?”

-  “No, es que he bebido un poco, jijijijiji”

- “Venga, te acompaño a casa”.

 

La acompañé, la subí a su casa, charlé con su madre un rato y ya me fui a la mía. Al día siguiente yo tendría que trabajar y quería descansar ese día un poco de la juerga.

 

Me desperté a eso de las cinco o las seis de la tarde para acudir a la toma del castillo y la última embajada. No me encontraba mal. Al llegar a casa me tomé una manzanilla y dormí como un tronco. No tuve resaca ni nada. Así que quizás fuera más la borrachera, cuestión mental que física aunque la verdad, la juerga que me corrí riéndome después con la gente que me había visto beber, todavía es de fábula.

 

Cuidado con el alcohol y saludos a todos.

 

Pd. Las conversaciones, en valenciano  casi todas.

 

Haciendo gala del agua, del aire y todo eso:

 

 http://pernelle.mforos.com/1323157/8206100-borrachera-de-lujo/

© Nina Pastori. Vivir sin aire.

© Antoni Gaudi.

© Haendel Water Music.

 

 

 

 

 

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Published on e-Stories.org on 09/18/2008.

 
 

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