Joel Fortunato Reyes Pérez

AL ENCARCELARSE ENSIMISMADO

AL ENCARCELARSE ENSIMISMADO


Cuando salimos a la calle.  Acribillando pesadillas. Tenemos a penas
lo que tenemos, de las tentaciones y basta.
Ya caliente el sol, nada más se precisa, de la luna.

El vientre terso, el pelo húmedo y una sonrisa gemían.
En la honda palpitación sus búhos paralelos,
de tarde, en la  enramada, porque apoyé el rostro,
en el velo ralo, en el rostro de la noche, en calcetines,
y escuché las palabras, inmóviles y cautivas amorosas,
porque los dedos se enlazaron a los dedos, de una sonrisa,
en la niebla, suspendidos en el espacio,
que tenía vieja luz dorada.

Y era la hora entristecida,
como planta por nieve herida.  Lo escribo en las piedras,
dormidas y el agua dulce, en la sombra.

Al buscar el río profundo que la cruza,
por liberar las palomas que anidan, entre sus humos.
Ya que de sus ojos apagó la última llama,
y  la pasión se hizo el presentimiento, agridulce,
y al momento inmóvil, se hizo el drama.

En el pecho, en convalecencia,
acogedora piel,  que cortará las amarras,
de este bajel que fuí.

Ya os lanzará por claras hellas, en  los árboles a la vera del río.
En el espacio de historia,
concreta que nos corresponde, si el tiempo, no huye tímido.

Agazapada en sus relojes cortos, que desnudan los  amores y juegos,
desmembrándose en humus,
aretes, medias, espejos, en el deslizar de un tirante,
jardín y fragancia,
escenas de alcoba, de camaleones obscuros,
y de campos de batalla.

Escribir fue para mí estrategia, de la brisa,
y una táctica sin límite, de protección al recuerdo,
en la fiera sin mirada.

Y un muro.
Al travesear el fuego que devora,
la voz al silencio,
por penetrar en los círculos mágicos,
del acero desteñido y la ventana entreabierta,
donde la sombra permanece, y  nada puede ya contra la espera
que me he impuesto.

Un nombre con un viejo sendero,
en las pendientes dormidas que circunda,
el grito del odio que será de los montes,
atributo virtual y un verbo,
al encender un alfiler inflexivo.

Si, eso creo,  solamente preciosos,
son los robles en esta tormenta.
Y el corazón no muere, cuando uno cree que debería,
donde  sonrío al  té y al pan sobre la mesa.

Sólo el remordimiento de no haber  hecho más,
de lo que pude, como se debe copiosamente,
donde ya  brillarán los cometas.

Cuando nuestros bravos ensueños, en un camino,
salten sobre el valle. Al que dibujo con las manos en la  mirada.

Nunca esos ojos me amaron como el aire,
ni la estéril sangre entre mis venas,
porque nunca los labios, estuvieron en formidable olvido.

La piel como praderas,
teje ya la urna esquiva, y deja al ataúd despierto,
donde azules los ríos se contemplan, si no  llega
rumor alguno de la noche.

Ya estoy inmóvil,
y en un minúsculo
territorio,
del pasado,
en un siglo,
que
se
va muriendo solo,
para vivirlo.

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Joel Fortunato Reyes Pérez.
Published on e-Stories.org on 08/19/2017.

 
 

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