José Luis Rodriguez Bravo

El Filósofo(I)

 
-La libertad es lo más preciado. No es algo propio, es el camino más directo y tardío hasta la felicidad. El hombre que no es libre será reprimido y aniquilado por su propio intelecto
 
-¿A qué llamas tú libertad, Mauro?
 
-Al espacio necesario para desarrollarse y contribuir a algo en esta vida
 
Su interlocutor se arrellanó en el sofá, protegido por las sombras del salón y una sonrisa indolente
 
-¿Has conocido a algún hombre libre, Mauro?
 
 Mauro sonrió. Esperaba esa pregunta, se había preparado, había fortalecido sus ideales y ahora soltaría su lengua como quien abre la presa del lago del talento. O, al menos, eso pensaba.
 
-La libertad es un don efímero, pasajero e imperceptible que se confunde con otros sentimientos. No es libre el motorista que corre por el desierto, pues depende de su moto. Sentirá felicidad de librarse del mundo, mas no libertad. Libre es el náufrago barbado y desnudo que pasea por una isla desierta. Mas si los hay, lo ignoro
 
-¿Sólo eso? Entonces me estás dando la razón puesto que náufragos hay muy, muy pocos-sonrió el hombre del sillón rojo, juntando las yemas de los dedos.
 
 Mauro se quedó quieto, pero enseguida cargó de nuevo. Si hubiese alguien más en la habitación habría sentido cómo un caballero, tras recibir un demoledor golpe en el escudo, alzase de nuevo la espada.
 
-También aquellos que murieron por sus...
 
-¿Por qué?-preguntó el otro, súbitamente acalorado ,levantándose del sillón. El sillón  crujió y Mauro se encogió levemente.-Murieron por la libertad, pero no vivieron por la misma! E incluso si así fuera, ¿qué harían?¿Comerían cuando tuviesen hambre, y dormirían cuando tuviesen sed ,desnudos por el bosque? Infelices!
 
 Se calmó un poco pero su vehemencia no se apaciguó.
 
-La libertad es efímera, dices.¿Y luego por qué dices que es una vía prolongada a la felicidad, que es un camino tardío?-suspiró-Te contradices, y la contradicción es el peor enemigo de una mesa de tertulia.
 
El espectador podría ver ahora al soldado derrotado y postrado en el polvo, con el escudo abollado de tantos envites y el yelmo en el suelo.
 
Mauro retrocedió cuando el otro se apoyó en los reposabrazos de su sillón y le miró a los ojos.
 
-Ahora siénteme, escúchame bien, Mauro. Te daré una advertencia. No, mejor llámalo consejo-se acercó más-La libertad no existe-silabeó-¿Ves algo más allá del horizonte? No, pero sabes que allí está el mar. Lo mismo sucede con los barrotes de la libertad. Están demasiado lejos.-se sentó y suspiró. Sin mirarle, apoyó la mano en la cabeza.
 
-No eres el primer estúpido que fanfarronea aquí en busca de la utopía.
 
 
  En algún lugar del mundo, una espada cayó sobre el cuerpo de un hombre. En sus últimos estertores, rodeó un yelmo roto y un escudo abollado. Dejó un rastro de sangre en la tierra.

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Published on e-Stories.org on 04/15/2006.

 
 

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