Ya nunca estaremos juntos
Me susurró la intuición,
Y como siempre fue certera,
Un final dio su última campanada
y mi corazón ya no tintinea
Aquel sonido celestial
Que atraía palomas blancas
Reposadas en gárgolas de cien años.
De aquel monasterio celestial,
Hogar del cielo y la divinidad.
Casa de Dios,
Ofrenda de los hombres.
Necesitamos aferrarnos,
A esos bastones religiosos alguna vez,
Para que el hambre de la incertidumbre
No nos ceda el palo blanco de los ciegos.
Así es como termina,
En un instante ciego, oscuro
Al igual que cuando comenzó,
En otro instante repentino, inesperado
Ambas creaciones nuestras,
Solo convicciones,
Y la incertidumbre de la fe.
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Published on e-Stories.org on 05/13/2015.
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